número tres | bande à part | ilustraciones: francisca pageo
Cada vez que hablamos sobre Tarkovski resulta inevitable acabar discutiendo el placer estético que produce su sentido del tiempo cinematográfico, cómo visibiliza un estado de ánimo que, incluso para un espectador extranjero, se nos antoja emocionalmente cercano. La selva nocturna que filma Apichatpong Weerasethakul podría constituir una nueva extensión de ese sentimiento, en tanto que nos invita, entre el folklore tailandés y las herencias cinéfilas, a contemplar cómo emerge lo invisible (el pasado, los recuerdos, las raíces y las identidades) desde lo visible.
Presentar un texto tan especial como Sinfonía (animal) en la carpintería, escrito por Mauricio Álvarez-Mesa, debería ser una invitación a la contemplación: de la selva tailandesa, de la estepa rusa, de cada imagen que convoca nuestra necesidad de sentir y palpar un territorio emocional que apenas intuimos. Una sinfonía compuesta con el canto de aquellos pájaros de Messiaen, con los sonidos de los bosques brasileños que albergaban el escenario de un aria escrita por Heitor Villa-Lobos, con la mirada tierna con que Tarkovski describía su infancia o la mirada mágica con que Apichatpong despierta las leyendas de la selva. Una sinfonía que establece un cordón umbilical entre diferentes culturas hermanadas por un profundo vínculo con la emoción que transmite el arte, con su capacidad de regenerar sentidos y expresar las huellas de nuestra historia. Una sinfonía compuesta por ese alter ego socrático llamado Siótilis, que a continuación os presentamos con la esperanza de que os sumerjáis en sus imágenes, de que recuperéis esas emociones perdidas entre el vasto paisaje del cine.