Un hombre inútil, de Sait Faik Abasiynik (Gallo Nero) Traducción de Mario Grande | por Juan Jiménez García
Los relatos de Sait Faik Abasiynik son de una brevedad, de una fugacidad de vida que pasa, de días que pasan sin cambiar el orden del mundo, sin alterar el devenir de la Historia, sin apenas nada, días inútiles, de gente sin importancia, de aquellos con los que nos cruzamos un día y otro día, y que son, después de todo, como nosotros, poca cosa. Porque uno mismo tampoco altera el orden del mundo ni el devenir de la Historia y soy un hombre tan inútil como aquellos otros hombres inútiles. Y sin embargo, ahí está la vida, hirviendo, como hierven estos relatos, cocinados a fuego, hasta que bullen y se apagan, y llega otro y otro más y eso es vivir, vivir colectivamente, lejos de las noticias de los noticieros, de las guerras, las muertes de todo tipo, los accidentes, las catástrofes naturales y no naturales, la devastación de cada día (nos parecen decir). Una tragedia. Una tragedia en la que rara vez caben esos habitantes minúsculos que somos, hormigas perdidas en los túneles del tiempo. Hace tanto que nadie habla de alguien… También ocurría antes, y mucho antes, y antes de ese mucho antes. Sait Faik Abasiynik se alejó de sí mismo para alcanzar al otro. Un primer paso, una superación del abismo, que lo hizo un escritor especial y le dio un lugar en la literatura turca. Un lugar en el que aún permanece. Nada puede salvar al mundo, ni la bondad ni la maldad, ni el placer ni el dolor, ni la literatura, ni la cólera, ni el amor ni la bestialidad. Y es que, por algún misterio, Fiódor Dostoyevski visitó a menudo Turquía…
En uno de sus relatos, Para mis adentros, sin propósito, están definidas las líneas sobre las que se construye su narrativa: Al pintad, dibujad primero el entorno. Los detalles vienen después, dice Arif Dino. Y más adelante: No hay belleza si no hay alguien. La riqueza de sus descripciones, el gusto por el detalle, por trazar una geografía los lugares, de las cosas, de las personas incluso, la viveza de sus representaciones, de ese mundo que habitan sus personajes, de esa Turquía salida del Imperio Otomano, liberada de siglos de historia, moviéndose hacia los años por venir. Pero nada de eso, ninguna de esas construcciones, de esos paisajes, de ese Estambul a menudo descrito, tendría sentido sin alguien ahí. La belleza no existiría sin ese alguien. Y es así, aunque para ese alguien solo exista las pocas calles que puede abarcar, ese poco que le rodea, un hombre inútil más allá de esto, e incluso en esto, un paseante. Con todo, un día siente el vértigo de algún acontecimiento, un accidente que viene a romper esa sucesión de días. La rara belleza de las cosas que se precipitan, que caen. Cosas, vidas,… En este mundo, en esa narrativa, todo respira, todo tiene color, un sabor, olores, se muestra a los sentidos. El viento que mueve, la nieve cae, las personas también, a veces, asfixiadas por ser, por estar. Tiembla la literatura, tiemblan las palabras. La luz que atraviesa. Escribir es adivinar esas existencias tras las personas comunes, aquellas con las que nos encontramos una y otra vez o fugazmente, un solo instante. Esas personas que se confunden con los lugares, que han llevado tan lejos el arte de la invisibilidad. Ahí está Sait Faik Abasiynik, para entregarles un lugar, igual de fugaz, a menudo apenas unas pocas páginas, que tienen algo de inagotable. En El gramófono y la máquina de escribir: Ser de los campesinos y de los pobres. Hagas lo que hagas, seguiré siendo el fonógrafo del hombre solitario, la mujer trabajadora, la señora barriobajera. No podrás separarme de ellos.