Les Encantades, de Herman Melville (Quid Pro Quo) Traducción de Pep Julià | por Gema Monlleó
“Pots atrapar amb l’ham el Leviatan?”
Llibre de Job 4025
“Considereu vint-i-cinc munts de carbonissa escampats en un ras fora ciutat; imagineu-vos-en uns quants que es fan grossos com muntanyes, i que el ras és el mar: doncs així us fareu una idea adequada de l’aspecte general de les illes Encantades. Un grup de volcans extingits més que no pas d’illes que fa pensar molt en com podria quedar a grans trets el món després d’un a escarmentadora conflagració”
Así comienza Herman Melville (Nueva York, 1819-1891) su descripción de las islas Encantadas (hoy conocidas como islas Galápagos) en un serial de diez entregas que publicó en 1854 en la revista Putnam´s Monthly Magazine bajo el seudónimo de Salvador R. Tarmoor. Melville, maestro rural, se embarcó por primera vez a los dieciocho años ante la dificultad por encontrar un trabajo mejor. Enrolado en diferentes tipos de barcos incluidos los balleneros (fuente principal de inspiración para su gran novela Moby Dick) vivió todo tipo de vicisitudes en el mar: desde caer en manos de una tribu caníbal (los taipi en los Mares del Sur) hasta ser acusado y encarcelado por amotinamiento. Les encantades es una mezcla de cuaderno de viaje, relato psicológico-histórico con tintes góticos, compendio de leyendas y ensayo ficcionado.
Los diez capítulos de Les encantades pueden leerse como diez relatos individuales. En cada uno de ellos la descripción de los paisajes y la narración de los hechos se envuelve de un cierto aire entre simbólico y misterioso: los islotes pasan a ser personajes casi animados y la naturaleza agreste (“més desagraïda que l’aridesa d’Atacama”), con su fauna reptil, parece anunciar un escenario totalmente hostil para el visitante que amanezca en sus orillas.
“Les Encantades es neguen a arrecerar fins i tot les bèsties més proscrites. Tant l’home com el llop en reneguen. S’hi troba molt poca vida, i només rèptil: tortugues, llangardaixos, aranyes enormes, serps i una anomalia d’allò més estranya i de natura estrafolària, la iguana. No s’hi sent cap veu, cap bram, cap udol.”
Paisajes plutónicos, masas medio hundidas de materia verdinegra, grietas y cuevas tenebrosas en las que el mar vuelca la furia de su espuma, niebla grisácea, caprichosos flujos de aire, fuertes corrientes marinas y un influjo perverso que arrastra a los barcos hacia las islas por más que su rumbo los hiciera pasar de largo. Las Encantadas y su mitología, las Encantadas y sus leyendas, como aquella que sostiene que “tots els oficials malèfics, i sobretot els comodors i els capitans, quan moren (i de vegades abans de morir) es transformen en tortugues, i que a partir d’aleshores viuen damunt aquestes arideses tòrrides, únics i solitaris senyors de la terra de l’asfalt”.
En Les Encantades las tortugas son criaturas místicas, alimento y también espejismo lisérgico (“Ja no veía tres tortugues. Es van engrandir…s’havien transfigurat. Em feia l’efecte que veía tres coliseus romans en una magnífica decadencia”). Los pájaros, atronador alboroto demoníaco (“tots aquells ocells faréstecs celebren les seves matines amb uns crits que perforen els timpans”) cuyo blanco fantasmal confunde a los barcos que atraviesan las islas. Y los pingüinos, albatros, pelícanos, y gaviotas de todo tipo (“és el gavial de l’oceà”), fauna magmática que apuntala el sentimiento lúgubre que provoca la cercanía de las islas.
“Continuar amunt, endinsar-se en aquesta foscor suprema, fora una entremaliadura nefasta, perquè a Dalt s’hi escarrasen els dimonis del foc, que de tant en tant enlluernen les nits amb una llum espectral que arriba a miles i miles de distancia”
Melville también relata historias ¿reales? y leyendas: la del capitán Porter que descubre un barco fantasma a orillas de la Roca Redonda (“aquesta nau enigmática, americana al matí i anglesa al vespre, capaç de navegar a plena vela enmig d’una calma absoluta”); la del Rey de los perros, el rey sin corona de la Isla de Charles (“la història del rei de l’illa de Charles ens torna a il.lustrar, però, la dificultat de colonitzar illes ermes amb pelegrins sense gaire escrúpols”); la de Hunilla, la viuda “chola”, una mujer que queda atrapada en la Isla de Norfolk tras la muerte de su marido y su hermano; o la de la isla de Barrington, refugio de bucaneros y piratas por su naturaleza amable (“és tant diferent de les seves illes veïnes que difícilment diries que n’és familia”).
La cuidadísima edición de Quid Pro Quo termina con un epílogo a cargo de Cristóbal Serra en el que este destaca la intención metafísica de Melville (“aquí, com en cap altre llibre, ens diu Melville a mitja veu que és un cristià rebel incapaç de reposar en el coixí de la crença”), ahonda en su negación sobre la bondad de la creación (como ya hizo en Moby Dick) y recalca la consideración melvilliana del mundo animal de reptiles y aves como “una imatge innocent de les ànimes clausurades”.
No sé si existen los barcos “tortugueros” pero Melville, “el balener literat”, esboza pequeños Ahabs en los capitanes de los barcos que frecuentaban las islas Encantadas descubriendo las virtudes tanto de la carne como del aceite de sus tortugas. Infiernos blakeianos para marineros confundidos y paraísos miltonianos para almas errantes (“una illa així es duu a la sang, i tant escau als pirates com als poetes”), esta colección de esbozos (así los denomina el autor) destilan la espiritualidad y la cartografía emocional comunes a toda su obra.
“I pertot arreu troncs i branques velles d’arbres,
On mai no s’havia vist ni fruits ni fulles,
Suspesos sobre un bigam nuós i podrit,
Que havia servit per penjar molts miserables.”