Proyecto Meitner, de CRIT Companyia de teatre (Teatre Rialto, Valencia. Del 11 al 14 de marzo de 2021) | por Óscar Brox
La esencia del teatro de CRIT se halla en su habilidad para poner los textos en diálogo con el presente. Sucedía con Espill de Jaume Roig y con los episodios bíblicos de La llum del mon y se palpaba en esa versión alocada y juvenil de Ausiàs March y en la lectura intimista de Entre visillos de Carmen Martín Gaite. Decir diálogo significa poner negro sobre blanco las contradicciones, las diferentes modulaciones sociales de algunos temas (en La ciudad de escarcha, por ejemplo, sobre la emancipación de la mujer en una España todavía reprimida); también, buscar una forma para escenificarlos. La llum…, por ejemplo, era casi un ejercicio de imaginación teatral, cimentado sobre el cuerpo, la voz y la presencia de cada uno de los actores a la hora de volver a dar vida, con gracia y perspicacia, a la mitología bíblica. Y, en cambio, L’increïble assassinat d’Ausiàs March jugaba con los géneros, con un registro más juvenil, enredado en la comedia y la acción. Así hasta llegar a La ciudad…, que es quizá su obra más ambiciosa; la más densa en tramas y personajes, en intimidades e interiores, y en la que brilla con especial intensidad la manera en la que los CRIT abren al espectador cada rincón de los personajes.
Todo este rodeo me lleva a pensar en la importancia que tiene la evolución, o la maduración, para entender la trayectoria de una compañía de teatro. Lo que se encuentra, lo que crece y va desarrollándose en varias direcciones. A priori, con Proyecto Meitner podríamos pensar en la vocación pedagógica y divulgativa, a través de su colaboración con el IFIC, ejemplificada en la participación de algunos físicos en las proyecciones que funcionan como prólogo para la obra. Una vocación, por tanto, extensible a un público adolescente, escolar, que tal vez reciba con más reflexión sobre Historia y valores humanos si la contempla desde un patio de butacas. Nada nuevo, por otro lado, para una compañía como CRIT, cuyos espectáculos, diría, abarcan todas las edades e intereses. Dicho esto, lo que me interesa es de qué forma se apoderan del texto original de Robert Marc Friedman; cómo esta pieza, casi, de cámara en torno al reconocimiento cultura de Lise Meitner se transforma en una obra de CRIT.
Vuelvo, por un momento, a La ciudad de escarcha, y a una de sus principales virtudes: cómo la España de aquel momento estaba descrita en (y no a través) de sus personajes, dejando que cada línea dramática, cada conflicto personal, se asociase sin necesidad de forzarlo al contexto. Eso es algo que, por ejemplo, se deja notar en este Proyecto Meitner, que es prácticamente el enfrentamiento en una única escena de los fantasmas de Lise Meitner, su antiguo colaborador Otto Hahn y Manne Siegbahn. Un drama íntimo perfilado entre la Segunda Guerra Mundial, la persecución nazi, el exilio y los primeros ensayos nucleares. Un paisaje social e histórico que está presente, desde luego, pero que no se impone sobre las necesidades dramáticas de los personajes. O, dicho de otra manera, el drama son los personajes. Y la forma en la que CRIT se apropia, se apoya, lo retrata en cada uno de ellos.
La escena, vacía salvo por lo necesario (una mesa, una estantería, una puerta), se construye desde el intercambio (de miradas, de diálogos, de esos gestos de nostalgia entre los personajes que refuerzan toda esa historia de fondo que no es necesario explicitar a través de más diálogos), moviendo lo justo cuerpos y objetos, entre pausas y veloces transiciones, y dejando al trío de actores frente al público. Basta con escucharlas, confidencias de fantasmas; prestar atención, nada más. Me gusta la entereza con la que Victoria Salvador dibuja a Meitner. Ese choque entre la determinación científica (la misma con la que dio un paso atrás cuando la energía nuclear se convirtió en clave para el desarrollo armamentístico) y la vulnerabilidad. Me gusta cada diálogo con Otto Hahn/Álvaro Báguena, los resortes sentimentales que pulsa y la determinación, una vez más, con la que trata de restituir una verdad ocultada. Ese aspecto tan dramático, cada vez que Meitner confronta a sus compañeros, de haber sido borrada de la Historia. Son aristas, que Salvador potencia lo suficiente como para equilibrar las fuerzas de su personaje, y que tanto Báguena como Panchi Vivó saben medir en sus interpretaciones. Permitiéndonos ver cómo un conflicto histórico se convierte en un drama íntimo, y viceversa. Lo complejo transformado en transparente. Natural. Vivo, gracias a esa manera tan cercana, tan sensible, de arropar a cada personaje.
Me pregunto cómo sería la confrontación moral entre Hannah Arendt y Adolf Eichmann en manos de CRIT. En Proyecto Meitner, texto y obra nos hablan de algo parecido a la banalidad del bien, es decir, cómo proteger la vida de Meitner, mujer judía en la Alemania de Hitler, conduce a la traición de sus amigos. A borrarla del descubrimiento de la fisión nuclear, a marginarla en su exilio sueco, a desdibujar sus logros entre publicaciones y politiqueo. Digo esto porque, en verdad, no hay villanos en la obra ni más enemigo que el de la destrucción total. Y eso, de alguna manera, confiere al drama de su protagonista otro cariz, más pathos, compasión hacia esos dos científicos que, incluso muertos, se niegan a admitir que el descubrimiento no habría sido posible sin ella. De nuevo, el paisaje íntimo, el retrato interior del personaje, por encima de la historia general.
En un registro u otro, conviene estar atentos al teatro de CRIT (Daniel Tormo, Anna Marí, de nuevo directora, y Josep Valero); a esa forma tan sencilla, tan natural, con la que conectan historia, drama y personajes. A la imaginación con la que exprimen lo más elemental sin traicionar sus señas de identidad escénica. Y a esa vertiente, social, moral y, sobre todo, humana, con la que trasladan algunos de los problemas y temas de siempre a nuestro contexto actual. Lo decía a propósito de La ciudad de escarcha y se puede repetir con motivo de Proyecto Meitner: lo que hace tan bonito su teatro es que uno siempre los ve en el escenario, en todas partes, creando y compartiendo, interpretando y haciendo justicia a sus personajes. Poniendo a cada espectador en el lugar del drama y en la emoción de las palabras.