Contribución a la historia de la alegría, de Radka Denemarková (Galaxia Gutenberg) Traducción de Montse Tutusaus | por Juan Jiménez García
Hace cinco años, Galaxia Gutenbeg (como ahora), publicaba El dinero de Hitler, una novela que nos traía a una autora que había empezado a escribir a una edad tardía, pero poco importaba (y eso en el caso de que existe una edad). En aquella narración de una adolescente judía contra todo, época y personas, Denemarková ya se revelaba como una escritora más que interesante, con una escritura en tensión. Desde entonces pasaron tres obra más, y esta Contribución a la historia de la alegría es precisamente la última, aunque ya haya pasado también lo suyo, entre su dedicación al periodismo y al teatro. Contribución a la historia de la alegría: un bonito título lleno de ironía y quién sabe si de esperanza. Porque si atendemos a definiciones académicas, el estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea, es algo demasiado incierto en esta historia de la venganza como acto de justicia y la justicia como algo que necesita de dudosas ayudas para materializarse, según los casos.
Un rico empresario aparece ahorcado en su casa. Un suicidio, debe ser. Pero aunque el hombre había tenido ciertos problemas con abusos sobre sus jóvenes secretarias, ninguno de sus actos invita a pensar que tuviera la más mínima intención de suicidarse. Su joven viuda así lo piensa y también el Policía, en contra de los deseos de su superior. El empresario ya tenía sus años pero una vida sexual muy activa. No se puede decir que se arrepintiese de nada y, lo que es más turbador (y es algo que se repetirá a lo largo del libro, como un desafío intelectual) tampoco sus víctimas. Estaba escribiendo sus memorias, que no dejaban de ser una encendida loa a sí mismo. Las circunstancias llevan pronto al Policía a dos puntos extremos: uno, se hace amante de la Viuda; dos, una casa en la ladera del monte Petřín. Es allí donde viven tres mujeres que tienen ya sus años: una escritora, que da clases a memorialistas de uno mismo (como el muerto), una profesora de yoga y una directora de cine. Han partido hacia Inglaterra desde Praga con algún que otro argumento laboral.
Y ahí comenzará en cierto modo la novela, en ese momento en el que el Policía se encuentra solo con sus problemas existenciales (su relación con quién podría ser la asesina del marido y un interminable archivo encontrado en la casa de las tres mujeres, con casos de violaciones), mientras que más allá, en Londres, nos encontramos con un restaurante uxoro-hiomí que parece esconder una trama que merece su atención y el oficio que se han dado: cazadoras de nazis sin nazis. Cazadoras de violadores, aplicación de justicia incluida. Denunciar, callar. Una causa justa, una forma equivocada de entender la justicia. Eternos problemas. Eternos problemas que la escritora checa trata como si se adentrara en un bosque espeso, un bosque de palabras, de hechos, en los que la luz y la alegría tal vez se queden en el título, en esta historia de aves: una golondrina cuando cae, necesita de otras golondrinas para poder remontar el vuelo. De eso se trata, después de todo. De eso debería tratarse. Pero están esos dilemas a los que enfrentarse, porque como decía Max Frisch, qué nos hace pensar que Hitler no creía que sus disparatadas ideas, que toda la destrucción y bajeza moral, no contribuían (aunque solo fuera en su cabeza, que desgraciadamente no fue así) a mejorar el mundo. ¿Y entonces? A cada uno lo suyo.