La llama es bella. Antología de escritos, de Antonio de Hoyos y Vinent (Cinca) Edición de Julio Monteverde | por Juan Jiménez García
Recuerdo la anécdota que comenta Julio Monteverde en su prólogo a La llama es bella. El libro de Antonio de Hoyos y Vinent con la sobrecubierta de otro libro, nada menos que Memoria de la asociación de propietarios de Panamá. Me gustaría pensar que mi ignorancia sobre casi todo es también la promesa de infinitos encuentros sorprendentes. El caso es que yo no conocía al escritor y, también, que la promesa de ese encuentro se cumplió. De nuevo Julio Monteverde, esta vez con una antología de sus escritos. Ya sin sobrecubiertas. Los tiempos han cambiado, mucho o poco, según los casos. Incluso para un escritor de fama en su momento como Hoyos y Vinent, las elecciones acertadas pero equivocadas a la fin y los consecuentes cuarenta años de tierra lanzados sobre su tumba, fueron suficientes para convertirle en un nombre más en una lista de autores a rescatar del olvido. Su vida es sorprendente, propia de un personaje de Luces de Bohemia. Se acercaba el fin de siglo cuando nace, miembro por origen de la aristocracia. Hoyos es un marquesado, Vinent otro. Su formación transcurre en Viena, Oxford y Madrid, pero más interesante que esta lista de ciudades, fue la de atributos que logró reunir. Sin orden: dandi, decadentista, sordo a causa del sarampión, homosexual, anarquista, sindicalista. Y, claro está, novelista, dramaturgo, articulista,… Es fácil imaginarse que no pasaba desapercibido y, por si acaso, ya se ocupó él de no hacerlo. De vida acomodada, frecuentó los bajos fondos, los ambientes más turbios. Podríamos decir que era lo que era y su revés, y esto sirve para buena parte de sus elecciones.
Emilia Pardo Bazán fue su madrina literaria. A los dieciséis años escribe su primera novela, Cuestión de ambiente, incluida en esta antología, y ella lo prologará elogiosamente. Con esa edad escribe de lo que ve, y lo que ve son los ambientes aristocráticos en los que se ha criado. Pero su descripción está lejos de ser complaciente y aunque aún no le ha dado por el humor feroz de estar a la vuelta de tantas cosas, no deja de lanzar piedras y pedruscos contra su propio tejado, un tejado que no le convence y del que será una oveja negra más, que es nuestra manera de decir enfant terrible. El caso es que él no había elegido ser aristócrata pero a partir de esto, vendrá todo lo demás. También en literatura. Podemos decir que Cuestión de ambiente ya contiene alguna pincelada sobre lo que quiere, pero le faltaban las maneras. Su obra será más que extensa (más aún si pensamos que su vida no lo fue especialmente) y exitosa. Pero ya con el veneno decadente corriendo por sus venas y saliendo a borbotones en su escritura.
Eso lo encontramos en El caso clínico, muy posterior y, por tanto, mucho más vivida. Un sanatorio para locos, un médico que va ya hacia la jubilación, su joven hija, su joven pupilo,… Todas las muestras de cariño, todos los afectos, no tardarán en desmoronarse por una delirante casualidad. La hija, aficionada a las escapadas nocturnas por aquello de ver mundo y porque por su sangre y cabeza corren las más oscuras intenciones, presencia la discusión acalorada de una puta con su chulo, acabando de la manera más orgánica ella misma de prostituta. Pero esto no es más que el principio de la caída (o del ascenso) y las puertas del infierno se abren en el paraíso, con la salvedad de que no entra nadie, porque ya estaban todos dentro.
Los relatos seleccionados por Julio Monteverde siguen la línea de esta última novela corta. La visión de la aristocracia y el mundo en general ya no es la de un adolescente puñetero con ganas de tocar las narices, si no la de un decadentista que ha corrido mundo y que se instala en la corriente literaria, de Jean Lorrain o Joris-Karl Huysmans, sin que renuncie a nada. Incluyendo el humor, que surge aquí y allá en algunas descripciones de ambiente memorables. La prostituta de Una hora de amor o esa reunión de espíritus libres de La última encarnación de Hermafrodita, invitados por Paca Campanada, que bien podría haber firmado Quevedo, porque el hambre es la misma de su Buscón, la misma de varias generaciones de españoles.
Tras su narrativa, su teatro. La plataforma de la risa, comedia en tres actos, es un fresco social de clase altísima venida a menos. Pero que nadie sufra. Habrá final feliz, aunque por el camino el ahora dramaturgo no deje de lanzar botellas al mar, como aquella de un jovencito bien trapicheando con el tráfico de drogas. El fresco de personajes es variado (entonces había dinero para subir a más de dos o tres personas a escena, al parecer) y de nuevo Hoyos y Vinent echa mano de lo nacido y de lo encontrado a posteriori. Aquí lo decadente es la sociedad, aunque, como decía, estamos en una comedia de vueltas y revueltas para llegar a un esperado final feliz, es decir, una boda entre gente honesta y el susto de poder haber acabado menos rica de lo que a una le corresponde. En todo caso, una nueva demostración de la habilidad del escritor para moverse en distintas aguas y dejarse llevar por variadas corrientes.
Dicho lo cual, llegamos a la parte del sindicalista, la del anarquista, que fue, a la postre, la que le llevó a la perdición. Es decir, cárcel y muerte. Porque no olvidemos que murió en 1940 en la cárcel de Porlier en un estado de abandono, tanto físico como de los demás. Allí llevaba desde el final de la guerra, la Civil, y allí acabó su obra (porque no fue una obra menor su propia vida) que había empezado cincuenta y seis años antes. Textos que como El porqué de mi sindicalismo o Incomprensión, sobre la Guerra Civil. Pero sobre todo ello me remito al extenso y revelador prólogo de Julio Monteverde, que no solo aporta orden en la biografía y las distintas vidas de Antonio de Hoyos y Vinent sino que nos va iluminando las zonas más o menos oscuras de un hombre libre que, además, pretendió esa libertad para los demás, con el riesgo de perderlo todo, como ocurrió. Como el propio Julio titula a una de las partes de este estudio introductorio, la ocultación y el desvelamiento.