Dog Soldiers, de Robert Stone (Malas tierras) Traducción de Mariano Antolín Rato e Inga Pellisa | por Óscar Brox
En algún punto del tiempo, Vietnam se convirtió en un escenario; como esos decorados polvorientos de un teatro en ruinas. Aglutinó el fin de unas cuantas revoluciones juveniles, el trip lisérgico con el que algunos trataron de combatir la profunda sensación de terror y soledad en medio de la jungla y hasta tuvo algo de realpolitik; de sitio ideal para el pillaje y los bajos instintos de unos Estados Unidos al borde del colapso moral. A los que el cuento de la inocencia se les empezaba a escurrir entre los dedos. En esa tesitura, Dog Soldiers, de Robert Stone, fue la clase de novela que dio uno de los últimos martillazos a aquel sueño americano. Y eso que Vietnam tan solo es un punto de partida, un lugar putrefacto al que John Converse, a falta de algo mejor, se ha acostumbrado. Más que un buscavidas, es simplemente un perdedor. No es que se le haya escapado la suerte, sino que, durante su travesía por la guerra, la ha hipotecado con todas sus malas decisiones. Así hasta cruzar al otro lado, así hasta convertirse en algo parecido a un traficante.
Stone cambia rápidamente de escenario y de personaje, de Vietnam y Converse a Hicks y América. Al marine o al oportunista, fracasado hasta la médula, que tiene en la heroína importada desde el infierno la última posibilidad de escape. Por mucho que escritor, y casi casi hasta el mismo personaje, intuyan que no hay nada que hacer; tan solo dejarse llevar. Como Marge, la esposa de Converse, arrasada por las pastillas, derrotada por la adicción, que se une tanto a Hicks como a la heroína sabiendo, quizá, que no hay lugar adonde ir. Y, sin embargo, Stone conduce a sus protagonistas de manera impetuosa, quemando cada página y atropellándolos mientras aquellos intentan tomar una decisión. Hay algo que termina. Que ya no va a regresar. Algo que el autor espolvorea en cada capítulo mientras deja que sus criaturas se dirijan a la nada. Que se pierdan como beatniks o renegados, entre negocios frustrados y picos de heroína que le comen cada vez más espacio al resto de cosas. Así hasta devorar cada capítulo, cada acción, cada palabra.
Apenas queda algo en Dog Soldiers que no huela a corrupción. A decadente y terminal. A escala de grises que ha absorbido a héroes y villanos, a policías que quieren su trozo del pastel y yonquis absurdos que solo buscan distracción para olvidar el mono. Mientras Hicks y Marge mantienen su particular historia de amor loco, Converse permanece secuestrado, torturado a lo bruto (y ahí Stone muestra su precisión para invocar el horror más cotidiano). El sueño convertido en una pesadilla real y tangible. Rocosa como el escenario al que unos y otros irán a parar con la heroína de por medio. Converse pensando en aquella mujer de Vietnam, en las locas aventuras que pensó vivir; Hicks asediado por todos, incapaz de conciliar esa faceta zen que su tiempo en Vietnam ha hecho papilla.
Probablemente, Robert Stone se vació con la escritura de Dog Soldiers. Es difícil imaginar otra cosa cuando se lee su delicadeza a la hora de explicar la descomposición de Marge, su abismo y su adicción; la compasión por un Hicks completamente desatado, cuyo final podría correr por cuenta de Peckinpah, aguantando la poca vida que le queda mientras todo vuelve a su sitio; o la simpatía hacia un Converse que se ha alimentado demasiado de sus desgracias, hasta perder el rumbo entre Vietnam y América. O, simplemente, hasta quedarse sin rumbo. Sin lugar. Como otro elemento más dentro del escenario en el que se convirtió la Guerra de Vietnam y sus alrededores. Entre payasos y monstruos, entre vencidos y más vencidos.
Al final, no importa lo que pasa con la heroína. Probablemente, Stone solo le seguía el rostro porque era la manera más rápida de llegar a los personajes. Solo queda el ruido, la furia, los cuerpos al sol, la sangre reseca y unos personajes abandonados en mitad de la nada, a los que la vuelta de Vietnam les ha enseñado, nunca mejor dicho, que ya no pueden regresar a casa. Dog Soldiers es la crónica de aquellos marginados, de los oportunistas que se mataban por cualquier cosa y de las esquirlas de una Guerra que tambaleó los cimientos del país. Y también una novela de género y de generación, de caídos y muertos vivientes, y de mentes brillantes que se dejaron arrasar por la necesidad. Una novela que traslada el escenario de la guerra a casa, a un país en shock, herido de muerte, en el que sus protagonistas tratan de salvar un poco sus vidas sin saber muy bien dónde encontrarlas. Una novela en la que Robert Stone evalúa el impacto mortal sobre toda una generación.
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