Kentucky seco, de Chris Offutt (Sajalín) Traducción de Javier Lucini | por Óscar Brox
La literatura del Sur de los Estados Unidos aúna, en un mismo cuerpo, memoria y experiencia, tiempo y cicatrices, rostros y territorios, amor y violencia. Casi siempre, con el detalle significativo de que narran historias de lugares que han desaparecido, o que están al borde de la desaparición, y personas que se arrastran por el fango del pasado, cuyas enseñanzas configuraron el horizonte vital de cada autor. Leer Kentucky seco, la colección de relatos escritos por Chris Offutt, nos traslada a un paisaje devastado y empobrecido, a caballo entre el analfabetismo y ese saber de la tierra que, a la postre, resulta más práctico en un terreno en el que la naturaleza salvaje no ha perdido su hegemonía; en el que los hombres, en definitiva, viven marcados por la violencia, el instinto, el respeto y la necesidad de sobrevivir. A toda costa. Por mucho que la muerte, siempre al acecho, ofrezca devastadoras imágenes como la de un pobre desgraciado atrapado por la fuerza de un bulldozer. O un anciano consumido en su lecho, al que las ratas han empezado a devorar.
Y sin embargo, resulta difícil no entrever la belleza con la que Offutt describe un espacio familiar, el del primer hogar, el de una vida violenta que se intuía como algo natural dadas las duras condiciones con las que se mantenía el más precario equilibrio. Una vida acostumbrada a la muerte, a las ausencias, que el autor escribe incluso con reverencia. Quizá porque aquella América se mecía a otro ritmo, con la convicción de que todos esos ritos y transformaciones naturales daban forma su peculiar sentido de la moralidad. A la necesidad de aprender de la muerte a través del cadáver de un perro, o de comprender que la brutalidad humana no era óbice para contener, asimismo, un poco de piedad ante el compañero al borde del precipicio. De tal forma que los extremos se tocaban hasta, casi, confundirse, y los bosques -perfecta metáfora de aquel entorno rural- podían contener tanta belleza como muerte.
Offutt escribe esas vidas sin esquivar su carácter biográfico, de forma que la situación de partida tan pronto contiene una lección moral como un paisaje de juventud, una figura vagamente familiar o el vestigio de un pasado que su escritura trata de salvar del fuego. Y es que en Kentucky seco la Historia de la Batalla de Blue Licks se convierte en un grotesco tatuaje paterno a la altura de los pezones; en una historia menor, pero no por ello insignificante, sobre ese horizonte familiar que no podemos dejar de sacrificar cuando se impone progresar en la vida; que evocamos con tanta dureza como ternura, siguiendo las huellas de un padre que va y viene, de un hermano lento al que el tiempo tarde o temprano acabará tragándose y de un cagadero cuyo pestazo no podía disimular ni el olor de la madreselva. Pero Kentucky seco es, también, esa partida demencial entre un grupo de hombres que, posiblemente, se acaben matando los unos a los otros, y que Offutt describe con tanto respeto que, de alguna manera, nos invita a pensar en el sentido que podía tener el honor, o la palabra, en un lugar en el que cada vecino (a falta de escritura) tenía la suya.
Todo lo duro de la vida queda encapsulado en unos relatos que se quedan pegados al paladar, tal vez porque cuesta tragar la sinceridad con la que su autor recorre el horizonte en el que se destetó. No en vano, hay relatos que se sostienen únicamente a través de las palabras de un muerto, o del hedor que recorre el hogar porque nadie ha querido sacar el cadáver del perro de la familia. Pero conviene no equivocarse: la escritura de Offutt es riquísima a la hora de dotar de tridimensionalidad a sus escenarios, así como de dejar patente que el lugar, la naturaleza y el clima, son asimismo protagonistas de sus historias. Detonantes de ese riesgo extremo que atenaza las vidas de sus criaturas. Que las zarandea sin que tengamos muy claro si saldrán o no de esta.
Y con todo, no se puede alabar otra cosa de Kentucky seco que no sea su belleza, su verdad, la sequedad con la que autor y personajes se conducen por un territorio de vida y muerte, de sinsabores y amarguras, pero también de esa mirada inocente que las experiencias y el tiempo se encargan de endurecer. Lo de Offutt es una elegía a esa tierra que nadie visita, aislada en una América preocupada por sacar músculo de su incesante espíritu capitalista, que ha perdido de vista la realidad de los Apalaches, de los pantanos y manglares, del parque de caravanas y de las congregaciones que viven fuera de cualquier tiempo, a cobijo de unas convicciones construidas a pachas con la naturaleza más salvaje. Y así es como uno llega a la última página de Kentucky seco con la sensación de que un mundo ha pasado entre las páginas de los relatos, entre el éxtasis y la agonía, entre el amor más brutal y una educación violenta. Entre lo que fue y, definitivamente, lo que nunca podrá ser. Aquello que las bellas palabras de Chris Offutt encierran en una colección de relatos inolvidables.