Los Mumin en la Riviera, de Tove Jansson (Coco Books) Traducido por Elena Martí i Segarra | por Almudena Muñoz
Cuando son bien conocidos los principios vitales que guían a un creador en su día a día —o agenda, ese concepto que ha pasado a usarse como invocación demoniaca—, también es común esperar una traslación directa de sus ideas a la obra, como si el aroma o tufillo se escapase a través de la cubierta cerrada. Si los ojos son el espejo del alma, la creación artística tendrá que servir entonces como reflejo de ciertas inclinaciones o creencias. El artista ideal es quien destroza un planteamiento tan simplista agitando ligeramente los dedos: no importa cuánto se conozca al creador cuando lo que a él más le preocupa es seguir explorando zonas nuevas, contradictorias, opuestas y, por qué no, despreciables.
Siempre que es necesario ilustrar a Tove Jansson, su retrato suele aparecer coronado de flores y ramitas, con un rictus entre risueño y muy serio a punto de romperse bajo muchos chistes íntimos. Jansson lucía todo lo contrario a sus más famosas criaturas, los Mumin, tan blanquitos, de líneas simples y sin ni siquiera boca trazada. En su libro más autobiográfico, la novela Sommarboken (1974), es difícil no imaginar a Jansson como esa abuela cascada y aguerrida que entra en la casita de verano cerrada de un hombre rico y seguramente tonto, sin ningún tapujo a la hora de reventarle el cerrojo. ¿Cómo se le ocurre a Jansson hacer que sus tiernos e ingenuos Mumin, troles de campo y orilla, se acerquen hasta la Riviera francesa, un lugar donde sociedad y cinematografía son ya indistinguibles?
¡Para reventar el cerrojo! ¡Mofarse del ricachón, ocuparle la tumbona y zamparse todas sus viandas! Pensando en la personalidad —¡la agenda!— de Jansson, creeremos que así sucederá en el álbum de cómic de Los Mumin en la Riviera, y justo es decir que en parte así sucede. Con una nota fundamental que define y hace destacar a todas las historias ilustradas y tiras cómicas de los Mumin: a Jansson no le interesa contraponer pesos como en un debate político, donde por fuerza mediática debe haber un ganador, sino como el tendero de toda la vida, que encuentra el equilibrio más perfecto entre las cosas más comunes, el metal y la harina.
Evidentemente, los Mumin no van a encajar en la Riviera. O sí. Su estilo de vida campechano y humilde no podrá acceder a la locomotora de gastos de un hotel cinco estrellas. O tal vez la ignorancia sea la mayor suerte en ese entorno. Sus nuevos vecinos lucirán tipitos, modelitos carísimos, caprichos estrafalarios y miradas de desdén. O puede que entre ellos se halle un aspirante a pintor daliniano que acaba descubriendo como los Mumin la moraleja del cuento: es muy importante mantenerse fieles a los propios principios y apetencias naturales, reconociendo que hay otros bastante comprensibles y que no están nada mal.
No resulta extraño que el álbum inspirara una película de animación de 2014, con su tempo a lo Jacques Tati y su seductor paisaje para la mofa. Leer a los Mumin a estas alturas como una denuncia del postureo y de la apertura de nuevas divisiones de clase a través de la cultura de foto de playa de Instagram sería muy plausible… Si no supiéramos ya que Jansson no esconde ninguna agenda y que el humor del cómic deja un regusto ácido pero tolerante, escandaloso (¡Papa Mumin se emborracha! ¡Mumin es un represor de la libertad femenina!), pero divertido, como sólo alcanzan los sabios.