La ciudad de los condenados y otros relatos, de Max Blecher (Libros de Trapisonda) Traducción de Joaquín Garrigós | por Juan Jiménez García
Cómo olvidar a Max Blecher tras Corazones cicatrizados… Ya no solo de la narración de aquellos días en el sanatorio de Berck, a orillas del mar, que tenía tanto de él, sino su propia y desafortunada vida (aunque decía que había vivido en treinta años lo que otros en cien). Cómo olvidar… La enfermedad, la muerte, siempre ahí, esperando, como esperaba él. Su obra no fue muy extensa, pero lo recorrió todo. Desde esa posición horizontal desde la que veía el mundo, nada le fue ajeno. La ciudad de los condenados y otros relatos, ahora publicado por Libros de trapisonda, cierra la publicación (en editoriales diversas) de toda su obra en nuestro país. Relatos, breves, muy breves, aforismos, diarios de los demás recordándole. Todo nos remite al protagonista de aquella novela, empezando por el que le da un título a todo, que sería más bien un breve reportaje sobre aquel primer sanatorio. La llegada, los carros cama,… ya están ahí. Como señala Doris Mironescu en el prólogo Blecher no quiere convertir la enfermedad en un espectáculo, ni ese dolor interminable en un argumento. Ambas cosas no dejarán de estar presentes, pero como la vida cotidiana en la que está encerrado y de la que la literatura es un lugar por el que escapar, sin que pueda irse muy lejos. Para él, todo ese dolor se transforma en melancolía. La melancolía de una vida distinta.
Sus breves relatos, incluso sus fragmentos de un proyecto de novela (Del cuaderno de Arthur Hogg), no escapan a ese tono, a veces más realista (tal vez desesperanzado) otras más surrealista (con los que compartió correspondencia y solo ligeras aproximaciones a sus métodos). Las figuras cambian, los personajes cambian, pero hay un cierto dolor de vivir que permanece. Un dolor solo superado por las ganas de vivir (aunque en algún momento tuviera ideas suicidas irrealizables). Un deseo de vivir que, como señala en un relato, se filtra por los pequeños resquicios. Dice que le gustaría esperar algo de la vida, pero sin duda algo esperaba. Qué.
Hay un fragmento del diario de Mihail Sebastian, incluido en esta edición, que tal vez resume a Max Blecher: Él está viviendo en intimidad con la muerte. No con una muerte abstracta, nebulosa y a largo plazo. Es su muerte, concreta, precisa y determinada, a la que conoce en todos sus detalles, como si fuera un objeto.
Entonces. Con todo, como pasaba en Corazones cicatrizados, el horror de los días se convierte en tristeza. En una belleza pura, cristalina, lejos de imposturas, de búsquedas estéticas. Todo en él es cierto, porque no tiene ningún sentido la mentira. La ciudad de los condenados y otros relatos se convierte en un libro que apunta hacia todo lo demás, y los diarios, de Sebastian, Sasa Panà, vienen a situar al hombre en su personaje, algo que también funciona en dirección contraria. Blecher vivió en un presente continuo y en él nos situamos nosotros. Entre esos ratones del tiempo de Guillaume Apollinaire, que roen sus días (y los nuestros) poco a poco.