Hay películas capaces de construir todo un imaginario que permanecerá a lo largo de los años ocupando un espacio necesario. Una necesidad de construir una memoria de un momento que no pudimos vivir, pero tampoco evitar. El final de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, esa especie de despertar colectivo a una realidad aún más escalofriante que la propia guerra. El tercer hombre es sin duda una de esas películas, con un Orson Welles capaz de pasar por encima de Carol Reed, su director, e incluso de Graham Greene, el escritor de la novela original. Greene planteaba un asunto interesante. Pese a todo aquello que perdimos con el fuego, aún había todo un mundo, escondido, formado de sombras, que seguía aprovechándose de ese otro mundo en ruinas. Un mundo en el los criminales podían seguir siendo criminales y en el que participaban agentes secretos de todas partes. Dobles o triples, si era necesario. El propio Greene sabía mucho de eso, y sobre él mismo, sobre su misterio, que era mucho, se construye este El golpe de Praga, de Hyman y Fromental.
Graham Greene llega a Viena para participar en el guión que adaptará su novela, El tercer hombre. Allí se encuentra con Elisabeth Montagu, una mujer que supo hacer suyo aquel tiempo que le tocó vivir. Actriz de teatro, también frecuentó el cine, y, en este caso, haría de acompañante vienesa del escritor inglés, encargada por la productora del lejano Alexander Korda. Jean-Luc Fromental construye la historia más fascinado por ella que incluso por el Greene, siguiendo algunos datos reveladores de aquellos tiempos que han aparecido con los años, alrededor de la relación que este mantenía con el MI6, algún famoso espía y turbio personaje. El telón de acero está a punto de caer y es cuestión de ir cogiendo posiciones para evitar quedar en el lado equivocado.
Aquella Europa central abandonada por los nazis (abandonada… tal vez), vivía entregada no solo a la supervivencia (que siempre es cosa de pobres) sino a los negocios, que, en un paisaje en ruinas (también morales) siempre crecen bien. El Golpe de Praga, por tanto, solo podía ser una novela negra, un cómic noir, oscuro, lleno de incertidumbres y de preguntas, que poco a poco van encontrando su respuesta, no siempre satisfactoria, no siempre para todos. El dibujo de Myles Hyman nos entrega una ciudad invernal, de colores otoñales, rica en detalles. Pero esa abundancia de detalles también está llena de rincones y pliegues, y tras una Viena crepuscular o una Praga de futuro incierto, se esconde otro mundo.
Hyman y Fromental construyen un cómic sólido, entre la intriga, la aventura, el policiaco o el retrato de un tiempo. Entre la verdad y lo incierto, entre el pasado difícilmente olvidable, el presente que hay que exprimir y un futuro incierto del que surgirá otro mundo, otras guerras, frías, grises, escondidas, menos evidentes. Un mundo del que no logramos escapar los que llegamos mucho después y que, tal vez, aún sigue vivo en sus planteamientos. Todo ello acompañado de los apasionantes retratos de Graham Greene y Elisabeth Montagu, que vivieron todo aquello con pasión, conocedores de estar en un momento no solo irrepetible sino decisivo. El fin del mundo antiguo, el principio de un nuevo mundo.
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