Dystopia (Las Naves, Valencia. 16, 17 y 18 de septiembre de 2016) Una producción de PanicMap | por Óscar Brox

PanicMap | Dystopia

Lenguaje y mundo, de Ludwig Wittgenstein a Peter Strawson, de Oliver Sacks a Kevin Warwick, cada disciplina, teórica o artística, ofrece su propia visión del vínculo íntimo que une al pensamiento con la palabra; a lo que expresamos con lo que somos. Quizá porque ese salto cognitivo todavía entraña una serie de complejidades que tanto la ciencia como el arte tratan de evocar con sus respectivos recursos. A qué responden nuestras acciones, cómo representar ese limbo de pensamientos abstractos que se acumulan a falta de darles salida, cuál es la imagen del interior de nuestro cerebro surcado de conexiones neuronales. Dystopia, la propuesta de PanicMap encargada de abrir la nueva temporada teatral de Las Naves, abarca muchas de estas cuestiones a través de un lenguaje que hibrida la dramaturgia, digamos, más tradicional con el uso de las nuevas tecnologías, desde el mapping tridimensional a la pantalla de cine.

El punto de partida de Dystopia, de regusto metanarrativo, podría recordar a las obras de dramaturgos como Pirandello o Slawomir Mrozek, al plantear el devenir de dos personajes encerrados en un escenario sin dueño. Acosados, pues, por la angustia de no pertenecer a un lugar, a un contexto determinado, que les obliga a comenzar una y otra vez la misma escena, con pequeñas variaciones introducidas a cada poco. Para Juan Pablo Mendiola, escritor y director de la obra, ese es solo un pequeño atajo, un punto de apoyo para reflexionar sobre los límites del Yo, de la identidad propia, y lo (poco o mucho) permeable que es el sentimiento de pertenencia a un lugar; cómo, sea la situación que sea, tratamos de acomodarnos una realidad, buscando en ella cualquier elemento familiar desde el cual comenzar a echar raíces. O cómo lo extraño, lo desconocido, resulta un acicate para caminar hasta lo más profundo. Así, los dos personajes de Dystopia arrancan su aventura en busca de una identidad dejándose llevar por ese escenario reducido de pantallas y proyecciones. O, como dice la protagonista femenina encarnada por Cristina Fernández en un momento de la obra, dimensionando con sus cuerpos un espacio desconocido.

Mendiola aprovecha la tecnología a su disposición para jugar con las texturas del escenario, creando y recreando espacios habitables donde solo existe un limbo mental en el que sus personajes están atrapados, y jugando con el cine live-action para construir ese afuera desde el cual intentan escapar. En el primer caso, como decíamos, el mapping tridimensional funciona como una segunda piel para abrigar a los cuerpos de los actores, tal y como sucede en esa bellísima coreografía ejecutada por Cristina Fernández en la que cada paso de baile es acompañado por un trazo digital, reconociendo a través de los movimientos corporales el espacio ignoto en el que se desarrolla la acción. Lo cinematográfico, en este caso, parece conjugarse con la parte de suspense que posee la obra, a medida que descubrimos el porqué de ese lugar impenetrable en el que permanecen aislados sus protagonistas. Cada fuga, cada tentativa, añade desde la pantalla de proyección un acento si cabe más desesperado al intenso deseo de escapar de los personajes. También un eco cercano con el videoarte, en tanto que las minicámaras con las que se filma la acción permiten construir pequeños mosaicos mediante los que plasmar las sensaciones que los atenazan.

Qué es realidad y qué recuerdo, hasta qué punto nuestras acciones crean o distorsionan a la primera. En ese 2016 alternativo, el personaje encarnado por Àngel Fígols no deja de interrogarse por unas palabras que cada vez tienen menos sentido. Por un lugar surcado por infinitas iteraciones y una mujer sin nombre a la que nunca consigue retener. De la que tan solo queda un recuerdo, una canción, una estancia que va transformándose progresivamente a medida que la memoria de su protagonista pone orden entre el caos. En esa frontera borrosa en la que no sabemos hasta qué punto somos dueños de nuestros pensamientos o, simplemente, repetimos el guion que alguien ha escrito para nosotros.

Con Dystopia, Mendiola y PanicMap han creado un pequeño espectáculo teatral para reflexionar sobre la plasticidad del Yo, sus límites y sus contradicciones, en un mundo contemporáneo acostumbrado a encontrar en la tecnología el mejor soporte para volcar cualquier clase de pensamiento, desde lo más importante a lo más insignificante. De ese desafío cognitivo, tan caro a los experimentos metanarrativos, nace una función que utiliza las herramientas y los nuevos formatos de manera intuitiva y sobria, cediendo al espectador la potestad de discutir los límites y el contexto de ese mundo de repeticiones, lagunas y angustia en el que los personajes se hallan sumidos. Un viaje al fondo de la mente en el que son los cuerpos en danza y las palabras encadenadas los que arrojan un poco de luz en el camino.

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