Corte perfecto, de Alan Carter (Editorial Yulca) Traducción de María Rosa García Solé | por Óscar Brox
La novela negra australiana tiene como paisaje de fondo el outback, como escenario principal los pueblos mineros, económicamente deprimidos, envueltos por la calima, y como protagonistas a los desclasados. A los inmigrantes, a los hijos del imperio británico (así, en minúscula) o a los nativos marcados por el color de su piel. No en vano, en Australia, como en Sudáfrica, siempre existe esa tensión cultural que no acaba de permitir su occidentalización. Que pone a resguardo sus rasgos identitarios, enraizados en la misma tierra que pisan los personajes. Corte perfecto, de Alan Carter, mantiene muchos de estos elementos dentro de su andamiaje dramático, a la vez que trabaja en la forja de un personaje que, efectivamente, centre el peso de la ficción. Algo parecido a mezclar, y de qué manera, lo mejor de una tradición, la de la novela americana, con lo mejor de la otra. De Australia.
Philip Cato Kwong era la estrella de la policía australiana. La demostración de que un organismo tan conservador podía tolerar en su seno la diversidad racial (aunque los Kwong lleven varias generaciones asentados en el país). Sin embargo, la vanidad y el encubrimiento le llevaron a ser degradado a una brigada rural y señalado por la corrupción. De modo que el hallazgo de un torso humano en el mar supone una segunda oportunidad. Aprovechar ese golpe del destino para recuperar su antiguo puesto. O el reconocimiento. O, al menos, para cerrar viejas heridas. Lo que distingue a Cato del resto de personajes es una sensación de control, un temple a la hora de abordar la investigación. A medida que se apiñan los datos, las contradicciones, la lista interminable de nombres y de pistas que pueden resultar falsas. Cualquiera pensaría que esa seguridad es un síntoma de la soberbia, sobre todo cuando Carter pone al zafio Jim Buckley como contrapeso de la investigación. Y, sin embargo, su autor no deja de reflejar la dificultad de Kwong para resintonizar con aquel policía de estirpe hundido por tantos problemas (una situación familiar rota, una relación sentimental abandonada, un lugar de trabajo infame, etc.). Que necesita sacar la cabeza del agua para no ahogarse.
Corte perfecto es una novela ambiciosa. Muy ambiciosa, diríamos. Su arco argumental arranca en el Reino Unido entre finales de los 70 y principios de los 80, durante el momento de gloria del Sunderland en la liga inglesa. Hay un asesinato sin resolver y un nombre, Davey Arthurs, que machaca la conciencia del policía encargado de resolver el crimen. Carter lo utiliza como preámbulo, pero la historia de Arthurs y de su perseguidor, Stuart Miller, contamina poco a poco la investigación de Cato. Como otra clase de horror que se extiende desde los tiempos remotos. De Occidente a las Antípodas. En el fondo, a Alan Carter le interesa cruzar las tramas y trazar un paralelismo entre ambas. No en vano, Miller representa al policía obsesivo, dispuesto a ser tragado por el remolino de pruebas, datos y habladurías con tal de dar caza a su misterioso asesino; es, por así decirlo, el producto de ese pasado visceral, impulsivo y opresivo. Cato Kwong, en cambio, es metódico. La versión evolucionada, capaz de cerrar la investigación sin acabar quemado por las brasas. Entre Miller y él no solo hay un salto generacional, sino también una forma de entender la novela negra, de explorar sus lugares comunes y sus personajes. De hallar explicaciones en los rincones oscuros, desmitificando así ese sentimiento de maldad tan ominoso que cualquiera diría que responde a motivaciones humanas.
En su novela, Carter trata el tema de la explotación laboral, de la mano de obra no cualificada que vive de la inmigración y del poder blanco. De esa brecha, no solo salarial, que funda las desigualdades sociales y fomenta la corrupción y, llegado el caso, el asesinato. Quizá es solo un aspecto más, pero lo cierto es que en Corte perfecto se palpa esa tensión en las bromas dirigidas hacia su personaje principal (de origen asiático), en el duro papel al que quedan relegadas las mujeres del relato (acosadas por los fantasmas de una agresión, comprometidas en su rol de madres y perseguidas por la obligación de servir y proteger), o en el mísero escenario de caravanas, menudeo y pueblos obreros en el que se desarrolla el grueso de la acción. Si en Australia son los inmensos parques los que capitalizan un raro sentimiento de majestuosidad, en la Australia de Alan Carter es esa inseguridad, como colocar la cámara en la boca de una máquina destructora de basura, la que destaca por encima del resto. El miedo a ver en qué se está convirtiendo la sociedad ante la escasa efectividad de un blindaje económico cada vez más precario.
Por así decirlo, Corte perfecto se ajusta a una de las descripciones que advierte el personaje de Stuart Miller hacia el final del libro: es como el Capitán Ahab a la caza de Moby Dick. ¿Por qué? Quizá porque Alan Carter no solo ha querido escribir un, por otro lado, brillante divertimento. No. Porque también ha querido plasmar las raíces contemporáneas de la literatura negra. Porque ha querido trasladar el escenario desértico australiano al canon, digamos, tradicional. Urdir un policial con personalidad propia, tomar los elementos característicos de su cultura para fundar un relato que compita cuerpo a cuerpo con la novela occidental. Crear a un protagonista, Cato Kwong, capaz de llevar el peso del relato. De compartir su mirada, su escepticismo, sus pinceladas de arrogancia y también su indefensión. Construir un pequeño Moby Dick policial en un pueblo minero de mala muerte. Escribir, con nervio e inteligencia, con pasión e instinto, un clásico contemporáneo del noir australiano.
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1 thought on “ Alan Carter. Verdades ocultas, por Óscar Brox ”