No necesitamos otro héroe, cantaba Tina Turner en la banda sonora de Mad Max. Más allá de la cúpula del trueno. Desde luego, los 80 fueron años donde los superhéroes apenas gozaron de relevancia en el mundo del cine, si acaso para atisbar la decadencia del Superman de Christopher Reeve en su cuarto episodio. Faltaban varias décadas para su resurgir y en ese momento la velocidad, la fragmentación y la disipación de la posmodernidad devoraba con fuerza cualquier imagen consumible. Hollywood, al fin y al cabo, nunca ha dejado de ser un laboratorio que fabrica ideología a través del entretenimiento; una legión de creativos que insuflan magia en los números y candor en los mensajes, en última instancia una factoría de espectáculo. Y el espectáculo, en definitiva, es el enganche necesario para vender, capturar, convertir y procesar la forma de ver las cosas, la cosmovisión de un individuo o, a ser posible, de un colectivo. De ese grupo de descreídos que se han dejado llevar por el relativismo moral y han perdido la fe y la confianza en los grandes referentes. De esos grandes referentes (Dios, el dinero y tu familia) que anhelan una forma visual más rotunda para volver a calar en lo hondo de los espectadores. Porque no necesitamos otro héroe, necesitamos otro superhéroe. Fuerza sobrehumana y a la vez inocente que inocule el mensaje con la precisión de una intervención quirúrgica.
Rubén León parte de El hombre de acero, última manifestación cinematográfica del personaje de Superman, para trazar las líneas maestras de eso que en el mismo texto se describe como blockbuster evangelizador. La lectura, en términos morales y también políticos, de cómo los superhéroes sustituyen una serie de estructuras morales degradadas por el paso del tiempo y la evolución de las costumbres. De cómo, en un ejercicio de reconstrucción, se configura al héroe como mecanismo para articular una fe perdida que demanda un nuevo canal para su transmisión. Ese nuevo canal que la potencia del kinetic art, del cine visualmente hipermusculado de Zack Snyder, puede trasladar al paisaje contemporáneo con toda la fuerza y los valores de antaño. Como una promesa siempre renovada, tan eterna como la vida de los superhéroes.
Número seis
Nuestro tiempo
Imágenes: Juan Jiménez García