Hombre en azul, de Óscar Curieses (Jekyll & Jill) | por Juan Jiménez García
Hay una pregunta que surge ante Hombre en azul, falso diario íntimo del pintor angloirlandés: ¿por qué Francis Bacon nunca llevó un diario? Durante años habló de su obra con infinidad de gente, incluidos críticos de arte, y siempre lo hizo de forma reveladora, deslumbrante. Desde las entrevistas con David Sylvester (uno de ellos) hasta las conversaciones con Franck Maubert, por citar tan solo algunas de las que han sido publicadas en nuestro país en forma de libro. En papel o para la televisión o la radio. Francis Bacon, impasible, respondía en inglés o en su particular francés a todos ellos. Su obra, su vida, los otros, la creación,… en fin, todo. Nada le era ajeno, de nada huía en sus respuestas. Sin embargo no, nunca escribió un diario. Nunca intentó recoger por escrito sus palabras. Esa labor quedaba reservada a los demás. Quizás para no hacer cosas tan mediocres como los escritos surrealistas de Picasso. Dice. Él. O quizás Óscar Curieses.
Entonces. Entonces el escritor decide resolver ese enigma. Aquello que no existe podría haber existido. Desde el momento que podría haber existido, existe, de algún modo. Pero, cuando un artista llega a un cierto nivel de intimidad con uno mismo, cuando su pensamiento pasa a ser parte del nuestro, cuando sus ideas se amalgaman con las nuestras hasta formar una sola cosa, un solo cuerpo, si intentamos restituir el diario de aquel, ¿no estamos también escribiendo nuestro propio diario?
Recuerdas aquella exposición de fotografía de Joan Fontcuberta, hace muchos años (también eras los tiempos en los que descubrías a Francis Bacon… sus grabados, en una pequeña galería de la ciudad). 1992, Història artificial. Ante ti desfilaban las imágenes de animales fantásticos, cuerpos inauditos, monstruos de un bestiario contemporáneo, habitantes de desconocidos (aunque reconocibles) paisaje. Sin embargo, todo te parecía real. Todo era real. Solo podía ser real.
Hombre en azul juega a hacernos creer que estamos antes los verdaderos diarios de Francis Bacon. Tres cuadernos mecanografiados aparecidos tras su muerte, atravesando tres años, de 1989 a 1992. Como en el caso de Fontcuberta, todo el mecanismo está al descubierto. La falsificación se convierte en el juego de una falsificación y sin embargo queremos dudar. Más cerca de un libro de aforismos, de pensamientos breves, fugaces, el libro, los cuadernos, se construyen sobre las heridas siempre abiertas del pintor (¿y del escritor-falsificador?). La creación como accidente, la espera de ese accidente, la obra que surge del interior hacia el exterior, que surge del cuadro, que parte hacia nosotros, atravesándonos, creándonos (y no la inversa). La sensación. Las sensaciones. La abstracción (repulsión-atracción), los colores (vacío), la forma (sentido). Su relación con los otros. Con los otros artistas, con sus referentes, con sus obsesiones. Con los artistas hechos personas. Freud. Lucien Freud. Ver, frente a mirar. El cuadro: aquello que lleva de su cuerpo a su cuerpo. ¿El libro?
Junto a los cuadernos, un sueño. El sueño de una noche de verano de 1990. El pintor atraviesa las salas de un museo imaginario, imaginado. Los cuadros se suceden, las salas se suceden. Bajo su atenta mirada, seguimos el curso de sus pensamientos. Alguien le observa. Una figura que no logra reconocer. Tal vez. Un falso sueño que se refleja en un rumor cierto: Francis Bacon recorriendo solo el Museo del Prado. Todo está confundido. Hasta ser una sola pieza. Libro, cuadros, Bacon, Curieses, Jekyll y Jill. Realidad, diario, cita, sueño, aforismos, literatura, palabra (oral y escrita). Rojo y azul.
Recuerdas aquella primera película en tres dimensiones que pasaron por la televisión. 1984, día de reyes. Tiburón. Con las revistas, con el periódico, por todos lados, regalaban aquellas gafas acartonadas con papel charol rojo y azul. Toda la familia estábamos alrededor de la televisión. Magia. Mezclar dos colores para obtener otra cosa, algo más real, algo que nos alcanza, que se abalanza sobre nosotros. Jekyll & Jill, editorial, 2014, parece haberlo entendido también así, regalándonos postales anaglifas y otras gafas acartonadas. Y este libro. Cojamos un hombre en azul (¿Óscar Curieses?) y un hombre en rojo (¿Francis Bacon?). Miremos a través de ellos. Algo parecido a la realidad surgirá ante nosotros, y tendrá forma de libro. Este libro.