número tres | pa(i)sajes: nanni moretti, el amigo italiano | ilustraciones: ferdinand jacquemort
Entre los múltiples elementos característicos del cine de Nanni Moretti emergen el baile y, por extensión, el musical. A veces en forma de interferencia, como ese musical dirigido por Gigio Cimino que interrumpe el paso de Michele en Sogni d’oro; a veces,
en forma de sueño no cumplido, como ese musical sobre un pastelero trotskista que acabará dirigiendo el protagonista de Aprile, tras arrastrar de una película a otra ese viejo anhelo. Por boca de su alter ego, Moretti vuelca esos deseos en episodios como el de ese festival de merengue en Caro diario. Allí, con el impacto de Flashdance y de Jennifer Beals en su recuerdo, Michele reconoce que a él lo que le gustaría es saber bailar, aunque mirar cómo bailan otros también esté bien. Aunque apenas desplace los pies de un lado a otro, acompañándose con pequeños gestos corporales, Moretti siempre baila o canta (chillando, desafinando o dando la nota) en sus películas. Como si incluso esa pequeña utopía se declarase realidad cuando observamos al propio Michele bailando en una pastelería (¡los pasteles! Esa otra forma de leer el rumbo de las cosas) junto a una jovencísima Silvana Mangano.
Pablo García Canga reflexiona en Saber bailar sobre esa otra parte de la obra morettiana. Esa parte que, como las capas de una tarta Mont Blanc, enmascara una cantidad de lecturas vitales en directa conexión con la manera en que Moretti piensa y siente a su generación y a su tiempo. Sin tiempo para aprender a bailar, solo para dejarse llevar por el ritmo, Saber bailar es una invocación a entrar en los anhelos y las búsquedas sin término que, película tras película, ponen a Moretti contra las esferas de poder que constituyen la sociedad. Sí, puede que Michele apenas mueva los pies, pero a cambio dibuja, desde su posición de espectador, el paisaje que tarde o temprano conseguiremos alcanzar. Y, mientras tanto, sigue buscándolo.