número dos | las penúltimas cosas | imágenes: francisca pageo
En determinadas ocasiones, el cine se transforma en un punto de encuentro, en un lugar trufado de hallazgos, donde lo más insólito se despliega pacientemente ante nuestra mirada. Observar la vida, verla pasar, ser partícipes de ese paso son rasgos comunes de una estirpe de cineastas que lograron cuajar esa aspiración en una poética propia. Por encima de teorizaciones y discursos críticos, reivindicaron el noble arte de capturar el bruto de las emociones, del tiempo escurridizo, de la vida y nada más, que a cada momento pasa ante nuestros ojos sin que sepamos de qué manera prestarle atención.
En Day is Done, Mauricio Álvarez recuerda la honda impresión que le dejó una película de Thomas Imbach, cómo le invitó a volver otra vez sobre el camino de la poesía fílmica promulgado por Andrei Tarkovski, a recuperar el valor de todo aquello que conocemos, porque lo tenemos frente a nosotros, y la grandeza que atesora en su interior. En definitiva, cómo la película expresa la vida interior y la exterior, la vida que pasa, que queda atrapada en las pequeñas cosas, la vida.