Cartas a un buscador de sí mismo, de Henry David Thoreau (Errata Naturae) | por Francisca Pageo
Hablar de Henry David Thoreau es hablar sobre la vida, la pasión y el sacrificio por lo que uno quiere y ama. Resulta imposible leerlo y no dejarse llevar uno mismo por sus ideas y su mirada, unas ideas y una mirada que se empezaron a perfilar tras su contacto con Ralph Waldo Emerson y otros trascendentalistas, que influyeron en su manera de pensar, de ser, llevándole a defender una forma de vida cercana a la naturaleza y la libertad del individuo por encima de la sociedad.
Será en 1845 cuando decida irse a vivir a los bosques, para escribir allí acerca de su intimidad con la naturaleza, una experiencia que luego abordará en uno de sus libros más conocidos, Walden. Un año después, tras su regreso, sería encarcelado debido a que se negó a pagar sus impuestos, como protesta contra la esclavitud en América, tiempo durante el que escribió Desobediencia civil, un libro en el que establecía su resistencia y pensamiento anarcopacifista frente al gobierno de aquel entonces.
En Cartas a un buscador de sí mismo, encontramos las palabras que Henry David Thoreau escribió a G.O. Blake como orientación para que Blake siguiera una vida más verdadera y plena. Son palabras en las que resuenan la ideología tanto política como social e individual de la que se ha hablado antes de Thoreau, que nos explican sus preocupaciones políticas, su delicado e intenso interés por la naturaleza y los seres que habitan en ella, su manera de amar, libre y pasional al mismo tiempo, y todo lo que incita al ser humano a ser como es. En ellas vemos a un Thoreau solitario y anárquico pero interesado por su tiempo, generoso y, sobre todo, gentil, pues no mira al ser humano como algo superior a la naturaleza y a otros humanos, sino que lo valora por lo que tiene para dar y obrar de sí mismo.
El libro atrapa de manera intensa al hacer que nos preguntemos sobre el ciudadano, sus pasiones, y sobre lo que es la belleza y cómo deberíamos ser ante la vida que se nos ha dado. Las palabras resuenan de una manera prístina y única, incitándonos a ser mejores personas ante la naturaleza, nuestro prójimo y la sociedad. La cercanía que Thoreau tiene con G.O. Blake traspasa la frontera entre ellos dos, como si de alguna manera estas cartas fueran dirigidas a todas las personas y no solo al señor Blake, haciendo de ellas una lectura clara, concisa, llena de detalles e ilusión por la vida que Thoreau vivió hasta el fin de sus días.
“Raramente, por no decir nunca, siento un hormigueo que me lleva a pensar en ser útil para los demás. A veces -debe ser cuando mis pensamientos, en busca de una ocupación, caen en el tedio- he soñado inútilmente en detener un caballo que escapaba de su propietario, aunque quizá yo deseaba que escapara para poder pararlo; o también he soñado con apagar un incendio, pero para que eso ocurriera debería hacer, por supuesto, uno en marcha. Ahora, para ser sincero, ya no sueño demasiado con detener caballos que huyen o con evitar incendios inexistentes. ¿Qué clase de loco es este que quiere hacer el bien en lugar de ocuparse de su propia vida, que es en lo que debería centrarse? Hacer el bien como si éste fuera el cadáver de un animal destinado a hacer estiércol, en lugar de comportarme como un hombre vivo, en lugar de preocuparme por habitar la exuberancia y esparcir fragancias y dulces sabores, y revitalizar a la humanidad en la medida de mis capacidades y cualidades.”