Los franceses, que siempre han tenido un cierto sentido poético de las cosas, como los alemanes lo podían tener filosófico, llaman al orgasmo, a ese instante, la petite mort, es decir, la pequeña muerte. Al contrario de aquel señor Parvulesco (que se parecía tanto a Jean-Pierre Melville), no es una cuestión de ser inmortal para después morir, sino siendo un poco superlativos, de morir para ser inmortal. Lo cierto es que ese instante, por el que tantas tragedias han sucedido (creo recordar a Louis-Ferdinand Céline), es el protagonista de Sex Criminals. Con guión de Matt Fraction y dibujo de Chip Zdarsky, Astiberri publica su primera entrega, Un truco sucio, y por todo, por el conjunto, ganaron, allá por el 2014, el Premio Eisner y el Harvey, lo cual ya nos anticipa cosas.
Volvamos a esa muerte en pequeño con resurrección incluida. En Sex Criminals no es la vida lo que se detiene (al menos no la propia), sino el tiempo. Suzie descubre un día, que, al llegar al orgasmo, alrededor suyo todo queda suspendido en ese preciso instante. Lo descubre bien temprano, pero tarda algo más en encontrarle un sentido, en entender que está ocurriendo. Lo que está ocurriendo es que mientras ella sigue, los demás se han detenido. No es cuestión de un segundo, sino que tiene algo de tiempo, no mucho, para habitar en un mundo congelado lleno de posibilidades por descubrir. Las posibilidades las descubre cuando se encuentra con Jon. Jon tiene la misma habilidad (uno no debe sentirse nunca demasiado original) y, juntos, empiezan entregarse al deseo y a la búsqueda de esa suspensión de aquello que les rodea. Y, por qué no, aprovecharla. Para robar, por ejemplo. Pero, ya sabemos aquello de que no hay dos sin tres y seguramente tres sin cuatro cinco o seis, y, como en este mundo tiene que haber de todo, a sus instintos delictivos les salen al paso los instintos policiales de otros.
Bajo tal argumento, la primera entrega de este Sex Criminals se instala en la exploración del deseo. La infancia y juventud de dos superhéroes con un solo poder, pero suficiente para dominar el mundo, aunque solo sea brevemente. Dos superhéroes que responden a las características de un supervillano, pero que no aspiran a conquistar el mundo, sino el placer, lo cual ya sería un motivo para estar de su parte. Ni que decir tiene que Matt Fraction se aproxima al tema con todo el humor del mundo y, no exento de erotismo, este es el verdadero motor del relato. Una tierna pero picante ironía, que entronca con el dibujo de Zdarsky y sus ensoñaciones, sus accesos a una realidad mágica, algo boreal, próxima a la ensoñación.
Finalmente la historia se decanta más por los criminales que por el sexo. Pero, sobre todo, por divertirse (cosa que se trasmite en cada detalle del cómic). Lejos de encerrarse en su premisa orgásmica (que no hubiera ido muy lejos y más habiendo renunciado a lo explícito), Matt Fraction y Chip Zdarsky se instalan en el humor desenfadado y desprejuiciado, en dirección hacia el enfrentamiento de dos mundos: el placer frente a su contrario (o sus contrarios). Buenos cómics por venir.
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