La vuelta al mundo del Graf Zeppelin, de Léo Gerville-Réache (Macadán) Traducción de Susana Marín | por Óscar Brox
En 1919, poco después de acabar la Primera Guerra Mundial, dos aviadores británicos, John Alcock y Arthur Brown, llevaron a cabo la hazaña de realizar el primer vuelo transatlántico sin escalas de Terranova a Irlanda. Apenas un año antes, Pierre-Georges Latécoère había fundado una compañía para fabricar aeroplanos para el ejército; aeroplanos que, una vez finalizada la Guerra, utilizaría para establecer las primeras rutas aeropostales. La nueva década alumbraba otro futuro para Europa, años de anhelos y de fervor por colmar de conquistas ese horizonte que la contienda había reducido a ruinas. Un tiempo de felicidad, que Antoine de Saint-Exupéry consignaría en sus experiencias a bordo de un biplano, así como también un momento para recuperar las viejas quimeras del hombre. Una de ellas quedó encarnada en el sueño del Conde Ferdinand von Zeppelin de crear una nave que pudiese surcar los cielos. Aquel ingenio pronto se convirtió en máquina al servicio de la destrucción, toda vez que el ejército alemán recurrió a su poderío para ganar en efectividad frente a sus contrincantes. Sin embargo, la efervescente década de los 20 recuperó la figura del Zeppelin como lo que debía ser originalmente: un inmenso velero que, desde los aires, uniese en ruta los diferentes puntos del mundo con un mensaje de paz.
La vuelta al mundo del Graf Zeppelin narra, desde la óptica del periodista Léo Gerville-Réache, la culminación de esa conquista que Zeppelin ya no pudo conocer en vida. Un viaje de punta a punta del mundo en tiempos de concordia, esperanza e ilusión. En los que el hombre parecía recuperado de la pesadilla de la Guerra, entusiasmado con la idea de dirigir todos sus esfuerzos científicos hacia la construcción de un mundo mejor. Las crónicas de Gerville-Réache dibujan esa travesía con una mezcla de nobleza y majestuosidad, atendiendo al impresionante gesto tecnológico que supuso llevar la nave alrededor del mundo mientras asistía, anonadado, a una nueva etapa de la Historia. Un capítulo que su autor escribe como si se situase frente a un leviatán de grandes dimensiones, una ballena voladora que consume gas y combustible para conducir a los viajeros hasta el último confín de la tierra. Y qué hermosa es esa descripción, más literaria que periodística, que devuelve a su autor el asombro perdido; la sensación de elevarse sobre la tierra, de observar con la ayuda de los gemelos un territorio reducido a manchas de cemento, foresta y nubes. Como si, por obra del ingenio volador, pudiese ver desde el lugar más privilegiado ese mundo que tanto había sufrido durante los años anteriores.
Diario de las escalas, de Alemania a Japón y de allí a los Estados Unidos, La vuelta al mundo del Graf Zeppelin refleja la mirada asombrada de aquellos que sintieron que tocaban el cielo, que sentían por primera vez la levedad de la tierra y dibujaban con precisión el retrato de sus cordilleras, países, continentes y mares; de Sajalín a las islas niponas, de las tierras que lindan con México a la tumba del océano pacífico. Con toda la dimensión humana que ese primer vistazo podía arrojar sobre sus conciencias, pues el Graf Zeppelin había logrado lo que otros no consiguieron. Por eso, la de Gerville-Réache es una historia que acontece junto a la ventana de la nave, en la que las pequeñas trifulcas de sociedad en el interior del zeppelin no opacan la sincera ilusión que desprende cada mirada al mar, al hielo, al verde de los bosques y al blanco de la nieve. En una observación silenciosa que, con palabras escuetas, cede al lector esa pizca de imaginación para ponerse en su piel y vibrar con la íntima emoción que gobernó aquella vuelta al mundo.
Gerville-Réache consigna en cada escala el pintoresquismo de las culturas que la moderna aeronavegación prometía acercar definitivamente. Así, en Japón conoce a esas geishas con las que había fantaseado a través de la literatura de Pierre Loti y de la ópera de Madame Butterfly; en Los Angeles visita el Hollywood dorado cogido del brazo de Ernst Lubitsch; y en Nueva York contempla tranquilo el correr del río Hudson antes de reanudar el viaje en dirección a Europa. De una ciudad a otra, de unas personas a otras, el periodista recaba los pequeños detalles, los gestos y las palabras que atesoran un conocimiento de primera mano, una experiencia inolvidable; ese sentimiento de moderno Colón que pisa el suelo extranjero con la voluntad de cazar el ritmo diferente con el que se mueve allí la vida para contarlo una vez de regreso. Para narrar la historia de aquellas tierras de maravillas sin necesidad de parapetarse tras el embrujo de la fantasía literaria ni los sueños de Oriente; solo a partir de sus vivencias, de sus contactos, de lo que ha visto y ha oído. Como si la vuelta al mundo del dirigible configurase, en definitiva, el atlas definitivo de la condición humana.
La bella edición de Macadán, que incluye las ilustraciones de Brian Cohen y una profusión de notas para ubicar a cada personaje y cada acontecimiento recogido en la crónica, se inicia y concluye con las palabras de Jerónimo Megías, médico de Alfonso XIII, que fue también pasajero del Graf Zeppelin. Y en ellas encontramos, tal vez, la mejor descripción de ese breve sueño de paz que vivió el mundo entre la Primera y la Segunda Guerra. Si al principio consigna los rasgos del dirigible como si se tratase de la anatomía de Moby Dick, boquiabierto ante el prodigio que la técnica había conseguido parir, en la coda del libro la mirada de asombro no oculta también una fuerte preocupación. Y es que la hazaña de la vuelta al mundo no fue más que un sueño cumplido antes del crack del 29, de la fractura de Europa y del ascenso del nazismo, del apogeo del Mal que encontró en la fuerza de aquella incipiente industria un terreno que explotar para vencer a las potencias rivales. El miedo de Megías no carecía de fundamento, pues pronto la Guerra liquidó los propósitos benefactores de la ciencia. Por eso, la crónica de Gerville-Réache tiene un tono de canto del cisne, de hermoso relato de un mundo destinado a desaparecer. Ese momento en el que antes de que la aviación se pusiese al servicio de la guerra, como diría Saint-Exupéry, hubo tiempo para narrar la conquista del aire.