Paradís, de Kae Tempest (Galés, Institut de Teatre) Traducción de Sadurní Vergés | por Juan Jiménez García
Empecemos por el principio: 409 a.C. Sófocles presenta una de sus últimas obras, Filoctetes (las otras serían Electra y Edipo en Colono). La soledad es el nexo entre ellas. Filoctetes está abandonado, solo, en una isla desierta. Lo han dejado allí tras una herida en el pie y sus continuos lamentos. Odiseo, durante la guerra de Troya. Han pasado los años y él sigue ahí, entre dolores, con la sola compañía de su prodigioso arco, entregado por Héracles, que le agradece su muerte. La interminable guerra de Troya no va bien. Para vencer lo necesitan. Odiseo vuelve a la isla con el hijo de Aquiles, Neoptólemo. El plan es convencerle de que vuelva con argucias o, al menos, quedarse con el arco. La obra podría ser un relato no solo sobre la soledad, sino sobre la desesperación o la derrota. Hay mucha desesperación en la obra de Sofocles. Año 2021. Kae Tempest recibe el encargo de escribir una versión de la tragedia para el National Theatre. Tempest, poeta, cantante (hip hop, spoken word) y también teatro, no es la primera vez que se aproxima a la antigüedad griega. Para Guy Cassiers adaptó en forma de monólogo Tiresias, que se pudo ver en Temporada Alta. Aquí entra a fondo en la obra, de la que solo quedarán las cenizas. Sobre las cenizas, construirá otra cosa. Sadurní Vergés, además de traducir la obra, escribe sobre el revelador proceso de construcción de esta, incluida la decisión (nada inocua) de que todos los papeles estén interpretados por mujeres. Moreno Bernardi, que la montó en Lo Spazio, escribe el prólogo de una visión.
Seguramente uno de los problemas contemporáneos de la tragedia griega es el coro. Uno no sabe qué hacer con él, es así de sencillo. Las opciones son múltiples y la más común es hacerlo desaparecer. También hemos visto soluciones formales ingeniosas, como en la Electra de Francesca Orazi. Tempest opta por una solución ingeniosa. Prescinde de él para volverlo a construir. Esta vez será un grupo de mujeres que también están perdidas en esta isla, que ya no es desierta, sino prisión y basurero. Aquí encontramos con ecos de la Bibby Stockholm, la barcaza que el gobierno británico conservador utilizó para alojar inmigrantes, pero también podrían ser esos países convertidos en prisiones externas. El caso es que ellas conviven en orden y armonía mientras Filoctetes vive su amargura en una cueva, de espaldas a estas mujeres. Pero Filoctetes no se parece mucho a su doble lejano. Aquel solo quería volver a ver a su padre, este tiene mujer e hijos. Aquel entonaba un largo y patético lamento, este es más bien arrogante. Aquel, sí, era un guerrero, pero tampoco tenía especial apego por volver a serlo. Aquí es un militar, que habla como un militar y se comporta como un militar. Hasta la isla llegan dos militares más, Odiseo y Neoptólemo, con parecida misión a la que tenían en Sófocles, pero con una personalidad más patriarcal. Es decir, han llegado hasta nuestro tiempo. En la obra, Tempest da rienda suelta al choque de ese mundo de las mujeres, feliz y ordenado, y ese otro de los hombres, que es más una cuestión de ver quién traiciona a quién y quién es asesinado por quién (pero, con su consentimiento, en la representación original, al ser todo interpretado por mujeres, rompe lo que puede parecer una simplificación). Punto y contrapunto, humor, contemporaneidad, y la enorme duda de si vale la pena salir de la isla prisión-basurero para volver a un mundo prisión-basurero. Tayir parece dispuesta a ello, pero es que ella ha nacido allí y siempre queda la curiosidad, pariente cercana de la desilusión.
Kae Tempest utiliza no pocos medios a su alcance (incluida la poesía) para trazar un retrato de un mundo en descomposición que necesariamente tiene que ser sucedido por un matriarcado, tal vez la última esperanza de salvarnos. Es cierto que nos podríamos preguntar qué hacemos con los hombres. Aquí, hasta el triste Filoctetes no acaba de encontrar su acomodo, pese a sus ulteriores intentos de acercarse a esas mujeres. Neoptólemo es un cerdo y Odiseo ya lo era y no tiene pensado ser otra cosa. Ni tan siquiera hay espacio para los dioses. Se fueron. Se quedaron allí, en el 409 a.C. La salvación o perdición definitiva es cosa nuestra. Nadie va a venir a ayudarnos. Estamos solos (no sé cómo he vuelvo a llegar a esas tres últimas obras de Sófocles) y hay mucho ruido. Un ruido ensordecedor de cosas que se rompen. No, en Paradís no hay ningún paraíso.