Lugares, de Georges Perec (Anagrama) Traducción de Pablo Martín Sánchez | por Juan Jiménez García

Georges Perec | Lugares

Tardé un tiempo en ponerme a leer Lugares. No mucho en leerlo y otro tanto en escribir sobre él. Luego lo pienso y es un poco el devenir del propio Perec. No con su libro, dado que solo ahora lo es, sino con su proyecto, con aquellos sobres que recogían aquellos textos sobre aquellos lugares. Podría intentar resumir la aventura del libro (pero el preámbulo de Sylvia Richardson, el prólogo de Claude Burgelin y la introducción de Jean-Luc Joly, son, en sí mismos, un agotamiento, en cincuenta páginas, de ese devenir, de esa intrahistoria). Podría escribir sobre los textos de Georges Perec, pero la edición cuenta con cerca de doscientas páginas de notas, al más puro estilo Alberto Savinio. Es como un tratado de posibilidades. Es decir: ir hacia Lugares y partir de Lugares. Podríamos incluso sumar a esto la página web que se hizo jugando con las opciones combinatorias del libro. Pero ¿cuál era, al menos sucintamente, el proyecto del escritor francés? Elegir doce lugares que tuvieran relación con su vida y escribir, durante doce años, sobre la realidad de unos y el recuerdo de otros, alternándose. Es el cuarto de los libros que le anuncia al editor y crítico Maurice Nadeau. Los dos primeros no llegan a materializarse y el tercero es W o el recuerdo de la infancia. A cualquier lector mínimamente conocedor de su obra, no se le escapará como en este Lugares convergen y divergen, igualmente, tanto sus obsesiones personales como literarias. Primero, la memoria. Perec pierde su padre en el frente de la Segunda Guerra Mundial y a su madre en Auschwitz. Apenas tiene ocho años y esa infancia desaparecerá en su memoria, algo que le atormenta. Intentará reconstruirla y reconstruir los lugares de esa infancia, empezando por la rue Vilin. De ahí, probablemente, viene también su obsesión por agotar los lugares (Tentativa de agotar un lugar parisino) y esa escritura que, precisamente, recuerda, utilizando distintas fórmulas, disparadores: Me acuerdo o La cámara oscura: 124 sueños. En Lugares encontramos todo esto y todo esto forma parte de él, junto, por supuesto, el juego oulipiano. 

Sin embargo, no tarda en encontrarse con ciertos problemas, ni tan siquiera de orden práctico, sino más bien existenciales. Ese ejercicio de presente y recuerdo de los lugares le cansa, porque los lugares no cambian mucho, de un año al otro, y la memoria tampoco. Los textos los iba guardando en sobres, para una posterior relectura y confección del libro en sí mismo, pero al final se quedan en esos sobres, que ni llega a abrir y algunos de ellos acaban publicados de forma independiente. Pasados no doce años, sino todos estos años, serán otros los que abrirán esos sobres y otros los que realizarán esta edición, que ya no relectura. Como no podría ser de otro modo, Perec está en todos lados, hasta en sus proyectos fallidos, hasta en su cansancio, hasta en sus dudas, mientras su obra ejerce un efecto multiplicador en nuestras cabezas, porque siempre es una incitación para ir más allá, a aceptar ese juego. ¿Qué otra cosa son las doscientas páginas de notas que, a su manera, parten de libro, lo multiplican? Las distintas introducciones tienen algo de libro sobre libro y las notas no dejan de ser una tentativa biográfica de agotar a Georges Perec. En ese sentido, podríamos leer Lugares prescindiendo de todo o aceptar sumergirnos en todo este aparato metatextual. Dado que es imposible leer el libro saltando a cada una de los cientos de notas, dado que ni tan siquiera es necesario hacerlo, esas notas acaban convertidas en otro libro que lo sucede. 

Al final Lugares es como Me acuerdo y sus sueños. Una manera de intentar alcanzarse a través de esos sitios de la memoria y el paso del tiempo. Dado que no puede regresar, decide fijar su presente. No volverá a olvidar. Pero ¿es eso posible? No, tal vez no. Nuestros recuerdos, ciertos y falsos, no dejan de ser una inevitable criba de nuestra existencia. Incluso cuando hablamos de ese agotamiento, sabemos de la imposibilidad de este. Pero entre todo, queda algo que es más real que la propia realidad. Algo frágil, resbaladizo. Eso es este libro, tan perequiano, dado que Perec no está en la obra total, sino en cada una de sus páginas. Quizás toda su obra, no solo esta, pueda calificarse de tentativas. Una búsqueda permanente del lenguaje, de la memoria. Buscar, buscar sin descanso, para encontrar alguna cosa. Perec es nuestro país de las maravillas.  


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