Dark Water, de Koji Suzuki (Satori) Traducción de Rumi Sato | por Juan Jiménez García

Koji Suzuki | Dark Water

Entre todas las cosas que cambiamos con el siglo, tal vez una de ellas fue nuestra percepción del cine de terror. Primero apareció The ring, esa única película asiática en las estanterías de venta de películas de nuestro país, siempre tan receptivo. El boom del cine de aquel continente aún estaba por llegar, y nosotros mirábamos salir a Sadako de ese televisor con el mismo estupor que veíamos salir a un cine venido de otro mundo que ni intuíamos. Todo era igualmente aterrador. The ring, Dark water o Kairo nos trajeron algo que iba más allá del susto: nos trajeron lo inquietante. Aquello que más teníamos que temer era lo conocido, lo que se intuye. La materialización de nuestros miedos, de nuestros temores. Y así asistimos al nacimiento de algo y, no mucho más tarde, a su muerte por empacho. Curiosamente, entre un instante y otro, entre esa ascensión y caída del cine de terror japonés, no sé si a alguien se le ocurrió que no estaba solo. Que ese cine provenía de una narrativa. Y que igual que había un Hideo Nakata, había un Koji Suzuki (escritor precisamente de The ring y Dark water). Hemos tardado en entenderlo, pero Satori resolvió un misterio, tal vez el último de este género. La edición de Dark water viene a arrojar luz, mucha luz, sobre esa oscuridad de años.

Dark water es una reunión de relatos alrededor del agua y unidos por un una historia que no deja de ser anecdótica. Desde el primer relato, Agua que se agita (en el que luego se basó Nakata para su película, un clásico), Suzuki, que no se considera un escritor de libros de terror (este no lo es), establecerá algo así como unas reglas del juego. La historia de una madre y su hija que viven en un edificio medio deshabitado y encuentran una mochila de niña junto al depósito del agua del edificio, no busca desvelar nada, no busca encontrar fantasmas allá donde (tal vez) no haya nada, sino, como decíamos, pensar que el miedo se construye a través de nuestras intuiciones, como los sueños provienen del subconsciente. A partir de ahí, se sucederán todo tipo de historias en las que el elemento desestabilizador es inaprensible. Un destello, una presunción, algo entrevisto.

Una isla inaccesible y una turbia relación (Isla solitaria) puede ser una perturbadora historia sobre un hombre al final de todo y una mujer en ningún lado o una opresiva duda en la cabeza de otro, como El agujero puede hablar de un pescador con dinero pero sin fortuna (lleno de rabia hacia su destino) y con una historia que contar, una historia terrible. O Un crucero de ensueño una historia de fantasmas o una historia sobre una sociedad fantasmagórica, hundida en su propio fango, atrapada en su propia perversidad, esa perversidad del dinero que solo se conoce a sí mismo.

Para Suzuki lo inquietante es aquello a lo que no logramos dar forma, apenas una sombra (y esa sombra es interior), una historia que no logramos formular. Una explicación que está, que somos capaces de darnos, pero que nos deja llenos de dudas (¿sería aventurado decir que ese cine de terror japonés que conocimos se construía sobre la duda?). El barco a la deriva, sobre un barco fantasma, tiene mucho de todo esto, y es otra forma más en este libro poliédrico. Como lo es La acuarela, sobre una compañía de teatro y una obra representada en una antigua discoteca. Un nueva ceremonia de la confusión, un nuevo juego de apariencias.

Su última vuelta de tuerca será El bosque en el fondo del mar, una opresiva aventura espeleológica, un viaje vital entre la vida y la muerte o como esta última nos enfrenta a la primera, y que es una buen resumen de la escritura de Koji Suzuki, de esa perspectiva humana del miedo, lejos de efectos y efectismos, una visión que nos acerca tanto al cine que se hizo (al buen cine que se hizo) que tal vez deberíamos preguntarnos cuanto del mérito de aquel le corresponde al escritor.

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