La relación entre lo efímero y el arte parece plantear la conquista de esos fragmentos del mundo que, por su naturaleza pasajera, están al borde de su desaparición. Fragmentos que tratan de capturar ese momento de cambio, en pleno claroscuro, entre una etapa y su continuación. Entre las diversas acepciones del documental, una de sus facetas más significativas ha estado en el deseo de registrar, de filmar un mundo que, tal vez, termine extinguiéndose antes de que la película llegue a su final. Albergar, en definitiva, la imagen de esos pequeños microcosmos que explotan, nacen y sucumben ante nuestra mirada distraída. Mundos cerrados que la imagen preserva -y también deforma o instrumentaliza, según la vocación artística- como testimonio de un adiós irremediable.
En Araya: entre dos mundos, David Flórez se sumerge en el documental de la cineasta Margot Benacerraf para narrar todo aquello que sucede en y tras sus imágenes. Desde las consideraciones que pueda haber entre el documental clásico à la Flaherty en tiempos de vanguardia hasta la paradoja brutal que se da en la mirada de la propia realizadora. O cómo la imagen puede preservar los ritmos vitales de un pueblo condenado a la desaparición, al que la naturaleza del paisaje salinero consume lentamente en sus penosos trabajos diarios. Así, Araya es una oportunidad para descifrar ese documental obsesionado por conservar en imágenes gentes, culturas y tradiciones que estaban a punto de desaparecer, realizado en un estilo que tenía los días contados y que pronto sería puesto en cuestión para afrontar su propia disolución y olvido.
Número cuatro
Pa(i)sajes: Lo efímero
Ilustraciones: Juan Jiménez García, Francisca Pageo
Estimado David,
Confieso que soy una gran admiradora de tus escritos.
Tu reflexión sobre Araya es rotundamente soberbia. Has logrado evidenciar el carácter ambiguo del filme de Benacerraf, sin perder siquiera su hipnotismo insospechado. Creo que aquella paradoja ideológica que, a priori pareciera quedar tras bambalinas, resuelve ser vista con la misma intensidad que el mar metálico: esclavos convertidos en héroes anónimos, dignos de respeto y admiración, deberían permanecer en el mismo paupérrimo contexto para no perder su naturaleza heroica. De alguna manera, el filme plantea una dialéctica sin escapatoria que, a su vez, su única efugio posible es la permanencia del orden establecido.
Como aclaraste en una nota al pie, «es una auténtica obra maestra, no en menor medida por esas mismas contradicciones que la hacen especialmente interesante».
Gracias por los elogios.
Por ampliar el contexto. En realidad la paradoja del visión de Benacerraf, no es sino la paradoja de todo viajero occidental – atrapado por ese destino que le ha llevado a ser nexo de unión entre las diferentes culturas del mundo – se debate entre su admiración/fascinación por aquello que ve y la consciencia de que ese modo de vida no es el que desearía para sí, y que aún continñua siendo el meollo de nuestra discusión política actual, en ese momento en que nuestra preeminencia en el mundo – al menos la de Europa – hace mucho que pasó a la historia