El piar de los pájaros y el goteo del agua que cae del techo, de Sara Herrera Peralta (La Bella Varsovia) | por Francisca Pageo
No sé bordar. Sin embargo, mi madre bordaba muy bien. En la genealogía familiar las manos han tenido un papel principal que libera al que practica con sus manos un arte, como lo puede ser una cámara de video, una cámara fotográfica, unas tijeras o un hilo que cose como en el caso de mi madre. Una escribe aquí sin ser madre, pero sé lo que significa ser hija y es desde esa posición que me animo a escribir esta reseña. Sara Herrera Peralta, en diálogo con la obra escrita y de bordado de Louise Bourgeois, nos introduce en este libro todo un intento de hacernos ver que la palabra, como toda memoria y toda mano, borda recuerdos. Recuerdos escritos o recuerdos bordados, pero recuerdos, a fin de cuentas. Me gusta cómo las manos y el peso de la inocencia infantil se hallan a lo largo de todo este poemario. No perdemos la curiosidad cuando crecemos, quiero decirle a Sara, si acaso miramos hacia otro lado. Pero a veces al mirar hacia otro lado ganamos memoria añadida a un estado que nos embriaga, que nos delata como seres sintientes y pensantes.
El piar de los pájaros y el goteo del agua que cae del techo es un diálogo y es una respuesta a la maternidad, a la casa, al hogar. Empiezo a creer que reseñar poemarios no se convierte en un hecho que me alimenta, sino que también me transforma, me cambia de estado hacia uno más amable, más empático, más noble. La poesía de Sara Herrera Peralta es una poesía que emana un compartir la vida, un compartir la templanza de la infancia y el estado materno. Al dialogar con la obra de Bourgeois, podemos esgrimir como un bordado suyo puede hacerse palabra y al contrario. Las manos, aquí, son las protagonistas. Manos que bordan y manos que escriben. Como bien he dicho, yo no sé bordar, pero intento escribir y corto y pego para hacer collages. Las manos de Sara se embadurnan de un cielo que crea nubes de las lágrimas que no lloramos. Se nota un sentir brusco en estas palabras, emanan densidad, pero no es una densidad bruta, sino leve, como los hilos que recorren unos pañuelos ––esos pañuelos que Sara heredó de su abuela.
Me gusta que haya fotografías aquí y que a su vez tengamos que hacer fotografías en el libro para llevarnos a otro lugar. Leer este poemario es ir a otro lugar, otro espacio: el de la casa, el de la residencia a la que Sara fue. Conocemos así una experiencia que ella relata de una manera elocuente y sencilla, y sin embargo tan pura y tan seductora. Quiero pensar que la poesía no es sólo una cuestión interpretativa, sino evocativa, tangible, visceral. Las palabras aquí encontradas forman un mundo peculiar, como infantil, inocente, pero también sabio como solo las madres pueden serlo.
Es este poemario un poemario emocional. Que parte de las emociones vívidas de la obra de la artista y la poeta. Herrera Peralta recoge un espacio y lo hace suyo, con sus manos, con sus palabras. Es esto como plantar un huerto esperando que el fruto crezca para comérnoslo. Lo regamos, lo adecentamos, lo cuidamos y lo devoramos. Pero tener un huerto no es una cosa sencilla, ni tan siquiera lo es el propio hecho de escribir o bordar. Escribir y bordar es hacer genealogía de unos sentimientos y emociones que tenemos en nosotros y no sabemos cómo darle su forma, su lugar. Pero la poeta lo hace tan bien que apenas notamos los bordes, estos se derraman por nuestras manos al coger el libro, el poemario del que aquí hablamos. El piar de los pájaros y el goteo del agua que cae del techo nos atañe en cuanto a seres sintientes de la infancia, del recuerdo, de la nostalgia e incluso de la melancolía. Sus poemas son finos, llenos de una sabiduría que pasa de madre a hija y viceversa. Hallamos aquí unas manos que son capaces de nombrar lo indecible, lo oculto, lo que no podemos ver si no es tejiendo urdimbres.
“He creído en la esperanza. / ¿Hay alguien ahí?”