El país fértil. Paul Klee, de Pierre Boulez (Acantilado) Traducción de José María Sánchez-Verdú | por Francisca Pageo
Nada como el director de orquesta, compositor y teórico francés Pierre Boulez para mostrarnos el paralelismo que sucede entre la pintura de Paul Klee y la música clásica. Es sabido para los conocedores de la pintura que ésta y la música siempre han tenido musas parecidas, pero quien no conoce a Paul Klee este libro se convierte en un libro imprescindible para ver cómo música y pintura pueden parecerse y pueden apremiarse en el sentido de que una pintura musical nos da esbozos de otro tipo de expresión. Una expresión que Paul Klee haría muy suya con esas lineas que quieren parecerse a las lineas, con esos círculos que quieren parecerse a los círculos. En sus pinturas todo es un parecer para ser.
Boulez se adentra mágicamente en la pintura de Paul Klee para hacernos ver que la verdad de su pintura también conlleva cierta verdad de la música. Sabremos que Klee se inspiraría en Mozart y Bach para pintar, de ahí ciertas fugas, ciertos algoritmos musicales trasladados a lienzo o papel y pincel. Dice Boulez que partiendo de un problema muy simple, Klee es capaz de llegar a una gran poética de notable fuerza. Y vaya si lo hace, basta ver sus pinturas, que vemos en este libro, para obsequiarnos con ahínco con todo el poder y conocimiento que Klee llevaba a sus espaldas. Y es que Klee, como bien nos expone el teórico francés, también había sido músico. Se puede ver aquí que el artista hizo uso de sus conocimientos musicales, tanto teóricos como prácticos, para llevar a cabo sus obras de arte. ¡Y lo hacía tan bien! Quiero creer que Klee era un mago. Solo sus manos podían llevar el arte hacia un sitio donde la imaginación florece, donde la música no es sólo música, sino un color, un arte vivo en las templanzas de la creatividad.
Me gusta como Boulez detalla y denota los paralelismos que se hallan con ciertas músicas en la pintura. Stravinsky con Picasso, Klee con Mozart o Bach. Si de algo es sabido por todos es que música y pintura siempre han ido de la mano y lo que el autor nos expone es que en Klee han ido también con la cabeza y el corazón. Estamos ante unas obras pictóricas que suenan a notas, a notas que se convierten en música. Las dos se alimentan de ambas y las dos nos hace sucumbir a sus encantos.
Estamos sin duda ante un libro fundamental para comprender cierta parte de la obra de Paul Klee y cierta parte de la historia de la pintura y la música. Las artes que se retroalimentan entre ellas mismas nos ofrecen un seguro de vida más allá de esta. Nos transportan allá donde la imaginación supura por todos los sentidos. Pierre Boulez ha sabido ver y constatar que Klee iba más allá con su pintura, que no sólo se dedicó a la pintura, sino también al grabado o a la propia interpretación musical que nos ofrece la historia de la música. Klee, que se incluiría dentro del periodo de la Bauhaus, era la excepción en ella. Sus lineas dejaban de ser lineas, pasaban a ser otra cosa. Hay todo un imaginario en su concepción de cómo el arte debía figurar. No estamos ante un arte figurativo ni propiamente abstracto, sino más bien expresionista. En el que colores y formas convergen, en el que los trazos y colores nos aportan otro mundo en el que vivir y en el que poder experimentar la pasión de un pincel que da todo de sí. Paul Klee es fundamental en la historia del arte y asimismo este libro debería estudiarse si queremos conocer su parte más musical, más compositiva. Pues sus pinturas proceden a una composición que bien podría ser heterofónica o polifónica. Sumergirse en el arte de Klee es sumergirse en las profundidades de la imaginación.