Arboreto salvático, de Mario Rigoni Stern (Gallo Nero) Traducción de Blanca Gago | por Juan Jiménez García

Mario Rigoni Stern | Arboreto salvático

Leer un nuevo libro de Mario Rigoni Stern es volver sobre unos paisajes conocidos, unas historias que giran alrededor de las mismas obsesiones (la guerra, la naturaleza, el hombre), una misma manera de escribir, una misma manera de dejarse envolver por aquello que nos rodea. Entonces se opera aquello que rara vez es dado: todo es distinto, todo es nuevo, todo es, de nuevo, concedido. La belleza, la esperanza, el tiempo, la respiración. El verde de los árboles, el blanco de la nieve, el azul cambiante del cielo, el color variable de la tierra. La vida como una sucesión de estaciones (¿no estará en esa ausencia ya de ellas la señal del desorden del ahora?). Cuando pienso en Mario Rigoni Stern, pienso en Tonino Guerra. Ese mismo amor no por la soledad, sino por el hombre solo, como parte de un todo, que sería la naturaleza y su propia vida. Nada debe ser roto. Como cantaba Milva, como decía Brecht, el hilo roto puede ser atado. En el caso del escritor de Asiago, la guerra, la segunda guerra mundial, fue esa ruptura. El frente ruso, en el que se encontraba el Cuerpo Alpino del que formó parte. El trauma, la muerte de los compañeros. Escribe sobre árboles y aquello vuelve, porque no puede ser de otra manera. Decía Leonardo Sciascia, que sin esperanza no pueden plantarse olivos. Ni tampoco repoblar aquellos bosques, abatidos por las bombas. Sin esperanza, ni tan siquiera se puede ser. En las novelas de Mario Rigoni Stern, siempre hay una continuidad. Cada hombre solo es un leve instante en algo que le precedió y que le continuará. Su presente no puede ser una ruptura, un accidente que rompa esa sucesión de las cosas, sino una consecuencia y un antecedente para los que vendrán. 

Arboreto salvático: esa palabra referida a la selva tiene algo que nos remite a la salvación. La salvación no solo de aquellos bosques heridos, sino de uno mismo a través de ellos y del trabajo de recuperación. Mario Rigoni Stern se dedicó a plantar árboles alrededor de su casa en las montañas, y con ello se iba cubriendo el pasado, todo, naturaleza y hombre iban sanando. El libro, que es también un tratado sobre distintas especies de árboles, no deja de ser el aliento de las vidas en aquellos lugares remotos. Remotos por lejanos en el tiempo y en el espíritu. Los pueblos se abandonan, los bosques si acaso son vistos como un recurso. En el escritor italiano está el conocimiento profundo de aquello que le rodea, la necesidad profunda de convivir, el gusto por saber, por comprender aquello de lo que formamos parte, de esa naturaleza. El ciclo de la vida. Incluso la caza también puede ser una actividad ética, si se hace conforme a unos principios, si se inserta en las propias necesidades del entorno. Sus libros nos conmueven. Es como poder compartir con él algo íntimo. Desde luego para él, y, tengo la sensación, que incluso para aquellos que hemos crecido en la jungla de las ciudades (de nuevo Brecht), algo en nosotros es capaz de conectar con todo aquello. Yo, que nací en una aldea, que conocí la inmensidad de los campos de trigo o cebada, las viñas, la noche estrellada, el camino que lleva hasta el río, de la mano de mi madre, el río, las huertas a su orilla, el sol de las tardes. Que me sacaron de allá sin ni siquiera tener tres años, a estos campos de asfalto y hormigón, que buscamos durante años campos de naranjos en los que pasar la tarde caminando, o bosques de pinos en los que comer un domingo (como si nos hubieran arrebatado algo, perdido una parte de nosotros mismos), que rebuscábamos patatas olvidadas en los campos ya recogidos o perseguíamos caracoles después de la lluvia (¿dónde se habrán ido?). Yo, decía, frente a esa pérdida, creo entender ese rumor, ese murmullo, de Arboreto salvático. 


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