El coronel no duerme, de Emilienne Malfatto (Minúscula) Traducción de Palmira Feixas | por Gema Monlleó
“la vida y la muerte
una insignia de tela de
nada de nada
a eso se debe el enemigo”
Llueve en la Ciudad ocupada. Llueve sobre las ruinas. Llueve sobre el río de corriente gris y lenta. Llueve agua de color ceniza. Llueve en un invierno monocromo, plomizo, gris. Llueve sobre el uniforme gris del coronel, el hombre de los sótanos grises. Llueve sobre el Palacio ocupado, ahora centro de operaciones militar. Llueve junto al busto decapitado y gris del antiguo dictador. Llueve sobre las tropas grises de la Reconquista. Llueve sobre la misión para el coronel de aliento gris: la dirección de la Sección Oficial. Llueve sobre los ruidos grises de la guerra en la noche. Llueve una y otra noche sobre el insomnio gris del coronel.
Llueve. Y en la noche se despiertan los Hombres-peces. Llueve sobre las tinieblas de los no-sueños del coronel.
“los Hombres-peces
se han apoderado de mis sueños
vosotros todos me dirijo a vosotros
víctimas mías verdugos míos
os he matado a todos
a cada uno de vosotros hace diez años o
diez días
o esta mañana
y desde entonces estoy condenado a continuar
matándoos”
Llueve sobre los versos grises de la noche. Llueve sobre el cuarto y los párpados y el tormento del que atormenta. Llueve sobre el verdugo y sobre el agua gris envenenada, la de la trampa primera, la del caza del primer Hombre-pez. Llueve y el agua araña en tinieblas grises la conciencia del coronel. Llueve sobre el artesano de los quebrantos (piel, ojos, dientes, uñas). Llueve sobre la destrucción de la ciudad, de los cuerpos, de las almas. Llueve sobre los crujidos, los escombros grises, los cuerpos que no deben morir demasiado pronto. Llueve sobre el deseo de amnesia del coronel, el coronel que ya no duerme.
“tengo un catálogo lleno
el cuaderno negro de mi alma
qué queréis
pedid
qué muerte qué víctima
a quien debo dirigirme primero”
Llueve lluvia gris sobre las heridas de la muerte lenta. Llueve sobre los cortes, los filos, los pinchazos, los agujeros. Llueve sobre los disparos lejanos. Llueve sobre los ojos inmóviles y las grises presencias congeladas. Llueve sobre las orillas del río y sobre el sótano del Palacio. Llueve sobre las calles mojadas en gris. Llueve sobre el hormigón, los surcos y el gris metal. Llueve sobre las voces del abismo. Llueve sobre el espanto y la repugnancia. Llueve sobre las vísceras grises y los cuerpos desmembrados. Llueve sobre el torturador, el ejecutor, el perseguidor, el martirizador, el virtuoso del terror. Sigue lloviendo sobre el coronel, el de la sombra borrosa y gris. Llueve sobre las grietas de las noches sin noche del coronel. Llueve sobre la invasión de los Hombres-pez en su oscuridad.
“gruesos cables negros
como una red como
una nasa
para atrapar a los hombres
para pescar a los hombres
al enemigo que avanza por el pantano
y bajo la palanca la red se cierra sobre vosotros
vosotros mis hombres-peces
el pantano convertido en muerte
el hada electricidad”
Llueve sobre el crimen, el verdugo, el que observa. Llueve sobre las manos sucias de sangre, de mierda, de fango gris. Llueve sobre las víctimas grises. Llueve sobre las medallas de los pechos huecos. Llueve sobre los cuerpos-cosa, los cuerpos-corte, los cuerpos-tajo, los cuerpos-perro-desollado, y sobre el cuerpo gris del coronel sitiado por el lince y la araña. Llueve sobre la densidad perdida de los hombres. Llueve sobre los alfileres en los hombres. Llueve, aunque no llueva, sobre el círculo de luz y el homo sanguinolis. Llueve sobre el olor a cieno, el hedor a niebla. Llueve sobre los peones y los alfiles ahogados en las aguas turbias y grises del río. Llueve sobre las sombras tras los pasos en los muros grises. Llueve sobre el murmullo de la lluvia misma: lluvia ácida, lluvia disolvente en un país gris sin sol.
“fue después de vosotros Hombres-peces
después de la Larga Guerra
cuando me pidieron que matara de manera diferente
cortar tajar seccionar romper sajar
quebrar
arrancar
en fin todos esos sinónimos
que se han convertido en mi profesión en mi
especialidad”
Llueve, aunque no llueva, sobre la escalinata del Palacio. Llueve, aunque no llueva, sobre el mármol, y el busto decapitado del antiguo mandamás. Llueve, aunque no llueva, en el despacho del general, el despacho de la estrategia y la batalla y el ajedrez de la muerte. Llueve, y sí, sí llueve, sobre la Reconquista, ahora más gris, ahora más perdida. Llueve, aunque no llueva, sobre el abrigo de noche del coronel, de la noche sin sueños ni sueño. Llueve también en los no-sueños poblados de Hombres-peces.
“soy como un hombre que cavara
su propia tumba
valerosamente
desde hace años
y que la llenara con la sangre de los demás”
Emilianne Malfatto (Francia, 1989) regresa a las atrocidades y al horror de la guerra. Si en Que por ti llore el Tigris el horror y la impiedad se cernían como un abanico determinista sobre todo sobre los que se quedaban, sobre los que no iban a la guerra, en El coronel no duerme el horror y la brutalidad son los de las órdenes inexcusables (la banalidad del mal), los de la violencia sobre la violencia para quebrar al enemigo, los de las torturas que inflige el coronel. Y en la violencia, en el horror, las consecuencias. Las consecuencias no solo sobre el enemigo torturado (¿quién define al enemigo?) sino también sobre el ejecutor del mal último, el propagador de tinieblas.
Con el lenguaje poético que caracteriza la prosa de Malfatto El coronel no duerme es un inventario tácito de las consecuencias de la violencia de la guerra tanto en los cuerpos quebrados, despersonalizados, cosificados del adversario, como en la psique de los que las engendran, dejando tras de sí un mundo paralelo poblado por un ejército de fantasmas y una galería de espejos curvos de la locura en los que nadie quiere (¿puede?) reconocerse: “todos a su alrededor se han convertido en formas grises que solo tienen ojos para sus sombras”.