La verdad y nuestro compromiso | por Óscar Brox
La mayoría de personajes del universo literario de Leonardo Sciascia comparten el mismo rasgo de carácter: su compromiso con la verdad. Esa verdad que, corrompida e instrumentalizada, es desvirtuada repetidamente por los poderes fácticos que la administran, tales como la Iglesia, el Estado y la Mafia. Leer a Sciascia supone aprender un par de lecciones básicas: cuán vulnerable es la verdad y cuántas veces acabamos vulnerándola enmascarados bajo cualquier tipo de pragmatismo. Y es que en la Italia pintada con obsesiva recurrencia por el autor siciliano, la razón nunca se da la mano con la lógica, y viceversa; siempre hay una falacia que nos permite salirnos con la nuestra, justificar la impunidad de una acción y castigar a todo aquel que cultiva la verdad, ese personaje arquetípico que, sea policía o maestro, cae inevitablemente en una tela de araña de la que nunca puede escapar. Ante la resistencia juvenil a aceptar la realidad, Sciascia enfrenta un maduro silencio de aquel que sabe que nada va a cambiar. Mientras la izquierda italiana se convulsiona y autodestruye, evidenciando que el problema de las revoluciones es que no saben prolongar su entusiasmo, las microscópicas comunidades sicilianas permanecen aisladas en el tiempo: introducen una ligera variación en la organización territorial, pero laminan cualquier intento por acceder a una verdad y una forma de vida cuyo campo de visión es limitado. El contexto, como un remolino que absorbe a ingenuos y extraños, que vampiriza cualquier opinión y elimina del paisaje a quien discrepa, hace patente la derrota del lenguaje como aparato de denuncia; de la razón como motor para hallar una respuesta que impida caer en el discurso de poder. Por eso, ante la pérdida de los valores fundamentales, nos queda mantener nuestro compromiso con la verdad, impedir que su monopolio la transforme en vulgar metafísica.
Color Sciascia | por Ferdinand Jacquemort
En algún lugar del libro del mismo nombre, que recopilaba un puñado de cosas suyas, Leonardo Sciascia respondía a alguna pregunta que “sin esperanza no pueden plantarse olivos”. Me he repetido tantas veces esa frase… No se puede olvidar a Sciascia. Su escritura, entre el testimonio directo de su tiempo y el de un tiempo pasado que interroga al presente, es la escritura de la esperanza que, como no podía ser de otro modo, discurría paralela al desencanto, a la amargura. Quizás no creía demasiado en su presente, en su presente siciliano (¿cómo hacerlo en aquellos años, en aquel lugar?), en una tierra que le fascinaba aun corrupta hasta lo más íntimo de su ser, por la mafia, por la política, por el hombre, como una sola cosa, pero con todo, pensaba que escribir sobre ello haría crecer esos olivos. Tal vez solo fuera el pensamiento de aquello que fue, un maestro de escuela. Tal vez.
En una obra a menudo y pese a todo desesperanzada, en la que el sentimiento de derrota frente a todos los poderes (que son tantos) permanece, ¿cómo no acordarse en estos tiempos de Sciascia? Cómo no echar de menos el compromiso con su tiempo… Hay algo triste en pensar que sus obras hoy como ayer siguen vigentes, que los temas son los mismos, que todo parece cambiar, pero algo permanece. Todo permanece. En sus últimas obras, cuando ya sabía que la muerte estaba demasiado próxima a él, hay una cierta felicidad, una alegre despedida. Una historia sencilla, fue un bonito título para acabar, porque además resumía su obra. Después de todo, la vida empieza siendo algo sencillo que acaba convertido en algo tremendamente complicado, igual inexplicable. “Resumamos”, decía el comisario en ella. Y eso hizo Sciascia, en aquel final como cualquier otro. Y se murió.
Qué alegría que hayáis hablado de Sciascia, porque habéis dado forma a las intuiciones que tuve al leer «Todo forma», una novela que acabé imaginando como una especie de «Blow up» de Antonioni, esto es, la búsqueda fracasada de algo que el mismo mundo – con sus instituciones- se ocupa de ocultar… esa «verdad» de la que habla Óscar.
Qué alegría 🙂
Sciascia muestra la paradoja de la impotencia, precisamente como decís, del lenguaje como aparato de denuncia. Y sin embargo es necesario, es todavía, más que nunca necesario, hablar. Un tema muy actual…gracias por los textos, me han gustado mucho
Gracias por vuestras palabras. Aquí Óscar.
Si os gustó Sciascia, no os perdáis a Alessandra Lavagnino, donde el lenguaje literalmente se desmonta, se pulveriza a medida que percibe hasta qué punto, en el ambiente moral donde se desarrolla la historia, cultivar la verdad equivale a cultivar la muerte. Muy recomendable. Seguramente Juan, que es más connoiseur que yo de Sciascia, tendrá otras favoritas, pero yo me quedo con «Todo modo» y su retrato brutal de esa asamblea/retiro espiritual de poderes fácticos con relato criminal de fondo.
Abrazos!