Delhi no está lejos, de Ruskin Bond (Automática) Traducción de María López González | por Juan Jiménez García
Pipalnagar no existe. Es un pueblecito que es la reunión de muchos otros en los que habitó Ruskin Bond y podría ser uno de tantos aquellos en los que nunca estuvo. Las montañas no están lejos, a unas horas, y Delhi tampoco está lejos. Pero las distancias a menudo no se atienen a convenciones métricas y las cosas no acaban de estar donde están. Con todo, los pensamientos de sus habitantes, entretenidos en sobrevivir, no dejan de pensar en aquellos lugares como un horizonte en el que todo será más fácil o más sano, aunque se pierdan cosas y también personas. En Pipalnagar vive Arun, que escribe novelas policiacas con algo de picante añadido. Eso no da para mucho. Algunos centenares de rupias y ni hablar de derechos de autor. Vive en una habitación en la que hay más que ocultar que mostrar. Un día se encuentra con Suraj. Suraj es un joven que aspira ser estudiante y que vende baratijas por las calles, entre ataque epiléptico y ataque epiléptico. Su afecto por él será inmenso y le dejará dormir a los pies de su cama. Juntos piensan en marcharse y caminan a menudo por las calles y los parques, incluso cuando todo es noche. Arun también conoce a Kamla, una prostituta que solo quiere que la quieran, pertenecer a un grupo, quiere sentir que no está sola en el mundo, y eso serán el escritor y el vendedor de baratijas. En Pipalnagar hay más gente y, por tanto, más destinos que se cruzan en el azar de los días. El barbero, el conductor de rickshaw,… A menudo sueñan con irse a Delhi. Tal vez aquello no sea un paraíso sino un monstruo enorme que se alimenta de personas, pero allí pueden hacer cosas más grandes. Allí todo es más grande.
Como Suraj, todos están cansados de ser hombres, de una manera u otra, pero igualmente piensan que a veces hay cosas maravillosas por las que merece la pena continuar en esa pelea con los días. Y de eso es de lo que nos escribe Ruskin Bond, del que María López dice en su prólogo que es el contrario de Salman Rushdie: conocido en su país, pero desconocido fuera de él. Lo cierto es que Bond es un escritor prolífico y muy leído, y que no, no vive en Delhi, porque él no quiso escapar de las montañas, tal vez porque no necesitaba escapar de ellas. Y porque encontró allí la libertad que su protagonista no supo encontrar hasta abandonarlo todo. O, simplemente, partió y regresó, cuando ya no había nada más que esperar. Su cariño por sus personajes, por las personas como ellos, ese modo de compartir sus míseras existencias, sin complacencia pero sin miserabilismo, su escritura directa, despojada de todo lo innecesario pero rica en colores, nos entrega una fábula amarga, por la que nunca se llega a tener todo. Siempre perdemos algo. Uno debería poder ser feliz allí donde quería serlo, sin tener que marcharse, cerca o lejos. Pero esa es la historia del mundo y de poco serviría volver sobre ella. Es.
Arun encontrará su sitio, otro sitio, y Suraj aprobará su examen para ser algo, otra cosa. Delhi les esperará, porque sí, no estaba lejos. Pero, piensa el escritor de ficción, solo los ayeres son espléndidos. Y ahí quedaría el libro, encerrado en esa frase, con todas sus incógnitas. Pero, aún queda un epílogo en el que Ruskin Bond habla un poco de su obra. Y él también tiene algo que decir sobre todos aquellos a los que conoció y de algún modo se encontraron en estas páginas: puede que haya dejado de amaros, pero nunca dejaré de amar los días en los que os amé. Y ahí ya no se encierra el libro, sino la vida. Esa cosa tan complicada de vivir.