Decirse adiós, de Marcello Fois (Hoja de lata) Traducción de Francisco Álvarez | por Óscar Brox
Hay algo en la novela sarda, como en la novela siciliana -la de los Sciascia o Bufalino, por poner un caso-, que marca la diferencia con respecto al resto de la literatura italiana. Diría que se trata de alguna clase de espesura, de un carácter indómito, que se transmite a través de las historias. Que representa un territorio aparte. Unas coordenadas morales diferentes. Otro mundo, en definitiva. Probablemente, la mejor novela de Marcello Fois sigue siendo Memoria del vacío, retrato casi mitológico de las andanzas del Tigre de Ogliastra, a la par que reflexión sobre cómo la Historia modula la evolución, las transformaciones, de un lugar; en este caso, Nuoro. La pequeña patria de Fois. No es de extrañar, por tanto, que las preocupaciones del escritor pasaran por dar forma a una cosmogonía personal a partir de la historia de los Chironi, publicada puntualmente durante los últimos años por Hoja de lata. Algo similar hizo Dacia Maraini con Bagheria o con La larga vida de Marianna Ucria, planteando la novela como un territorio en el que se entremezcla lo personal y lo comunitario, lo íntimo y lo histórico. Y, huelga decirlo, también lo político.
Quizá por todo ello, a más de uno sorprenda la primera decisión de Fois en Decirse adiós. El paisaje sardo gira al norte, al Trentino, pegado al Tirol. De Nuoro pasamos a Bolzano. El espacio es, asimismo, reducido, pero Fois ya no parece interesado en retratar esas mitologías tan propias de las culturas locales que resisten pese a todo. Aquí, en cambio, hay un esqueleto, un andamiaje de thriller reconocible desde la primera escena. Una narración, acaso, más liviana; por momentos transparente, en la que el lector acompaña a la acción como otro sabueso más en busca de pistas y piezas perdidas. La excusa argumental es sencilla: un niño desaparece, un matrimonio queda en entredicho, el cura local aparenta saber algo más y el comisario venido de Bolonia ha de hacer frente a todo eso mientras gestiona la enfermedad de su padre. Quien haya leído Estirpe sabrá de la querencia de Fois por hacer hincapié en los lazos familiares, en su fortaleza pero también en sus debilidades. Me gusta pensar que Estirpe es un ciclo de novelas que abarca una genealogía, pero que se explica, y se lee, como un diálogo ininterrumpido entre cada una de las generaciones de la familia protagonista. Porque Fois se las apaña para pelar el relato de cualquier otro asunto y dejarnos con lo importante: la travesía por la vida de los Chironi.
En este sentido, repito que el aire de thriller me parece una excusa. Un ardid. El artificio del que se vale Fois para desviar, según le conviene, el foco sobre ese drama paternofilial que protagonizan los Striggio. De un lado, la muerte cercana; del otro, el recuerdo imborrable de la madre; y, por si fuera poco, la orientación sexual de su protagonista, otra de tantas barreras invisibles que se pone el Comisario para intentar dilatar ese último momento. Y eso que, en verdad, la novela mantiene un ritmo a ratos trepidante, cuando su autor se pone el disfraz de la serie negra y nos invita a pisarle los talones a los sospechosos. En Decirse adiós hay acción, coches que explotan, tramas que se engarzan con la facilidad de una serie B y romances sin futuro como el que sostiene la relación entre el Comisario y la Inspectora. Y, sin embargo, uno tiene la sensación de que lo único que importa, el verdadero suspense, se encuentra en esas palabras finales entre padre e hijo. Porque son lo único que no se borra, que permanece, que no necesitan resolver o archivar, sino transformar en algo a lo que dar valor. Importancia. Sentimientos.
Resulta particularmente hermoso cómo Fois hilvana la acción con algo así como la evocación de un Leon Battista Alberti, arquitecto y verdadero hombre del Renacimiento, al que Striggio veneraba en su infancia. Con sencillez, sin estridencias, el autor se vale de cualquier recurso para caracterizar a sus personajes, para desgranar sus cuitas y esa compleja maraña sentimental sobre la que la novela gira una y otra vez. Como si nunca saliese de la habitación en la que padre e hijo vuelven a mirarse a los ojos. Que en la parte de thriller de la novela la maternidad/paternidad sea objeto de cuestión no es, por tanto, baladí. Fois busca enfrentar a su personaje con sus miedos, haciendo de ese Bolzano helado y norteño un lugar en el que las intimidades necesitan de alguna clase de fuego que las azuce. De unas palabras. O de unas despedidas. O del sentimiento justo para saber cómo decirse adiós.