Decamerón, de Giovanni Boccaccio (Libros del zorro rojo) Traducción de Esther Benítez. Ilustraciones de Alex Cerveny | por Almudena Muñoz

Giovanni Boccaccio | Decamerón

Apunta Maurício Santana en el proemio a este Decamerón que entre las 10 historias seleccionadas hay una favorita de Italo Calvino. El juicio de Calvino podría considerarse suficiente para justificar cualquier clásico renovado, tanto por su profundo conocimiento del folklore italiano como por aquella definición suya de los clásicos como criaturas que viven resucitando. “Los clásicos son aquellos libros sobre los que la gente suele decir Estoy releyendo,nunca Estoy leyendo.” En este contexto, releer es la liturgia suprema para resucitar cualquier historia, y sin duda Bocaccio es muy releído por traductores, ensayistas, ilustradores… ¿y también por los lectores?

Como leer (y editar en formato ilustrado) el Decamerón es una tarea bárbara, el volumen de Libros del Zorro Rojo recopila una antología a criterio de Santana y las ilustraciones del brasileño Alex Cerveny para ofrecer algo que, en comparación con el original, parece un juguete, pero que sirve en sí mismo como libro absoluto. Es común que el título conduzca a engaño y un lector desprevenido piense que con diez historias ya ha saldado toda su cuenta con el Decamerón, que esconde en realidad una suma de cien relatos narrados por diez personas a lo largo de otra decena de días.

Dependerá del lector que este decaedro le sirva como fin o principio de su relación con los cuentos de Boccaccio. Porque, ¿se trata realmente de una variedad compleja de historias, que animan a seguir leyendo? Otra definición de Calvino sobre los clásicos decía que “Un clásico es un libro que incluso al ser leído por primera vez transmite la sensación de estar releyendo algo conocido”. De nuevo, el tema de la resurrección, con un matiz: al leer de forma sucesiva los cuentos del Decamerón, en su orden original o sólo lo más granado, ese placer o malestar de déjà vu salta de historia en historia. ¿Es posible que todas las farsas sobre adulterios y engaños sexuales sean iguales, o que aun variando sus tretas nos conduzcan siempre a las mismas conclusiones? Risas o vergüenzas, según quien narre (y lea) el cuento.

A estas alturas, lo más interesante del Decamerón no es que sea una obra resucitada, sino que sobreviva. No importa quién lo lea, si lo hace o no de cabo a rabo y si se carcajea o bosteza con las aventurillas de un jardinero mudo en un convento, frailes que se disfrazan de ángeles lujuriosos y amantes escondidos en toneles. ¿Se puede seguir leyendo el Decamerón como una pieza de disfrute o sólo como parte de un museo donde se reúnen cosas que no debemos olvidar, que a veces incluso son bellas, pero con las que no queremos volver a tener relación? ¿Podrá el tiempo (y el lector) seguir excusando al cuento que, producto de su época, es muy amigo del estereotipo, la burla ofensiva, el sexismo y la diferencia de clases?

“Un clásico es una obra que persiste como ruido de fondo incluso en un presente que es totalmente incompatible con él.” Calvino tiene una respuesta para todas nuestras dudas sobre los clásicos, pero sobre todo las aporta por sí mismo Boccaccio: el Decamerón es, por encima de todas las cosas, una deliciosa guerra de contradicciones. Un grupo de bobos jóvenes intercambiándose cuentos tras una horripilante descripción de la peste negra en Florencia, un mapa de las ricas variantes lingüísticas en las regiones italianas frente a un limitado cuadro de valores feudales, un registro satírico repetitivo que esconde el complejo drama europeo del Trecento. Incluso el arte de Cerveny para este volumen es contradictorio: las hermosas páginas saturadas como un manuscrito miniado o un cuaderno de notas vandalizado con garabatos y manchas. El cuento, en definitiva, con un pie en la Baja Edad Media y otro en el Renacimiento, entre lo más simple y la más elevada poesía.

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