La batalla vital, de Néstor Mir para Graneros de creación (La rambleta, Valencia. Del 17 de noviembre al 3 de diciembre de 2017) | por Óscar Brox
Rebajar las expectativas. Esa es la primera advertencia que el cuarteto de actores sugiere tan pronto el público se ha acomodado en los asientos. Pero, en el fondo, se trata de una broma, de un guiño irónico para introducir la primera escena de la obra; esa crisis existencial que atenaza a Emili, que se presenta como un malestar mientras se ramifica en diferentes motivos: el bloqueo creativo, los problemas con la familia, con el sexo y con los planes para el futuro. Ese futuro para el que, visto lo visto, no caben demasiadas expectativas. Que en los 80 minutos siguientes será, bajo la apariencia de una serie de escenas cotidianas, el objeto de reflexión de La batalla vital.
Hablábamos de la interacción con el público, y lo cierto es que el escenario está prácticamente integrado alrededor de los espectadores, de manera que se convierte en una suerte de foro en el que los actores interpretan apenas a un palmo de distancia de los asientos. Interpretan, cantan, juegan a disfrazarse y transformarse en cuatro versiones de Néstor Mir, que los acompaña junto a su teclado durante cada uno de los números musicales. En cierto sentido, uno puede pensar que la obra gira en torno al microcosmos creativo de Mir; sus obsesiones, sus temores o sus anhelos. Pero se diría que el hecho de hacer que sus protagonistas se desdoblen en él mismo, combinando así las escenas dramáticas con las intervenciones musicales, es también una manera de enseñar el artificio. La construcción de esa ficción. La sospecha de que lo que de verdad nos preocupa no es tanto ganar la batalla con las crisis de nuestro presente, sino que ni siquiera seamos capaces de hacerlo en un futuro, tanto da si cercano o remoto. De que, en definitiva, arrastremos ese bloqueo indefinidamente, mientras todo lo demás, todo eso que deja de tener sentido, que deja de tener importancia, en la vida de Emili se va apagando.
Lo interesante del planteamiento escénico de La batalla vital es cómo aprovecha su casi total desnudez formal para proponer soluciones más atrevidas. Está el polílogo sobre la Guerra, que el propio texto de Mir subraya, en el que los cuatro actores corren alrededor del escenario mientras hasta, prácticamente, unir sus voces para reflejar los ecos de la Guerra. Está ese momento de baile febril entre luces estroboscópicas o los pasos musicales que sirven de transición entre una escena y la siguiente. El picnic que pone de manifiesto los encontronazos entre los hermanos Emili y Elena y sus respectivas parejas. La sensación, nada baladí, de una eterna incomprensión sobre el deseo femenino (o sobre la mujer, a secas). La insatisfacción vital como válvula para la autoficción. O, también, los momentos de alcoba que describen todo aquello que no funciona con Maribel, generalmente acompañados de la música de Mir. Pero, sobre todo, está esa idea de trabajo, de movimiento, de acompasar un diálogo con otro, un personaje con su par, sin que la obra deje un minuto para la pausa. Para el silencio. Al poner en evidencia el batiburrillo de sentimientos que asolan nuestra cabeza cuando todo parece estar a punto de derrumbarse. La euforia, la pantomima, la violencia o la ternura que se traslucen en las escenas que compone Mir junto a sus actores, quienes defienden con coraje las líneas y las letras de las canciones.
Es curioso cómo, en determinados momentos, la pantalla proyecta algunas de las escenas de la obra, grabadas en vivo, creando un efecto o contraste entre unas y otras. Recalcando esa desnudez a la que hacíamos referencia, o subrayando el impacto de cada frase, del melodrama de sus protagonistas, de las letras de unas canciones que hablan del pasado, de la nostalgia banal y de esos anhelos que nunca se materializan en realidades. Que, en definitiva, siempre están por venir, como cuando no se acaba lo que se ha empezado, y que dibujan todas esas infinitas crisis de nuestra existencia. Si bien la intención del texto de Mir es menos grave, más amable, juguetear con la ironía y la metaficción para enseñarnos en qué consiste esa vida artificial que construimos como castillos en el aire. Castillos que, tarde o temprano, acaban por colapsar.
A La batalla vital quizá le falta un poco más de rodaje, más funciones y un escenario menos reducido, a ratos agobiante, que el de la sala de La Rambleta, que permita respirar un poco más a los actores y mejorar algunos de los aspectos técnicos (los juegos de luces, el uso de máquinas de humo y el trabajo de sonido). Pero, digámoslo así, son asuntos menores, detalles de una obra que está en construcción, en progreso y movimiento. Que, a buen seguro, la próxima vez añadirá otro matiz, una nueva lectura. En la que Maribel se perderá en la noche de IKEA y Andreu culminará su sueño de una tienda de bicicletas. En la que Elena y Emili exteriorizarán el secreto tras el joyero escondido en la nevera o en la que Néstor Mir vaciará todas sus inquietudes con una nueva microescena. Esa next war que cantan sus actores a modo de (otra más) advertencia. De presagio de todas aquellas cosas con las que mantenemos un vínculo, en las que creemos hallar un asidero, pero que en el fondo solo sirven para limitar las dimensiones de nuestro, ya de por sí, pequeño mundo.
Hay que animar a la gente a que descubra La batalla vital, a que corresponda con la misma calidez con la que el elenco de actores se despide del público, entre los últimos acordes del tema final. Porque habla de nosotros, en plural mayestático o no. Porque se viste de tragicomedia para que digerir las pequeñas miserias de nuestra realidad no provoque ardor de estómago. Porque se desnuda frente a los espectadores, en plena maratón de cambios de vestuario, de bailes, canciones y altas y bajas pasiones, para tratar de contagiar ese amor por el pequeño teatro. El teatro de creación, con la ayuda de los nuevos formatos, puesto en escena a la antigua usanza. En ese foro en el que (quién sabe) los actores miran por el rabillo del ojo para comprobar si alguien del público se ha dado por aludido. Para conocer si también nosotros protagonizamos la batalla vital.
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