Cómo hablas de tu padre, de Joann Sfar (Confluencias) Traducción de José Miguel Parra | por Óscar Brox

Joann Sfar | Cómo hablas de tu padre

Lo reconozco, tengo un problema con las elegías o lamentos familiares. Con las palabras para recordar a aquellos que ya no están. Siempre pienso que llegan demasiado tarde, a destiempo, cuando el resto de corredores han traspasado la línea de meta. Hay excepciones, claro, como la de Albert Cohen y su memoria materna, tan profunda y vívida que ofrece un renovado sentido de la compasión humana. Pero, en general, no termino de conectar con los relatos elegíacos que disponen del tiempo suficiente como para reconstruir la figura, los sentimientos, del padre, la madre o el hijo. Quizá porque me aterroriza el vértigo de ese momento, cuando se deja de existir y ni siquiera la complicidad del pasado es suficiente para crear nuevas memorias, nuevos recuerdos que aporten otra dimensión a aquellos a los que amamos. Un vértigo que asumimos nada más pasar la frontera de la madurez, cuando adquirimos una conciencia real del envejecimiento de los demás; el propio, en fin, ya llegará. De las debilidades, los olvidos y los silencios, así como también del nuevo léxico familiar que se incorpora, casi se encabalga, con el viejo. Y que, de golpe y porrazo, revela una realidad a la que llegamos, paradójicamente, demasiado pronto. Porque la única certidumbre de esta historia radica en saber que nunca se llega en el momento justo.

Uno tiene la sensación de que a la obra de Joann Sfar siempre le ha venido bien la compañía, ya fuese la de Lewis Trondheim, la de Serge Gainsbourg (y su vida heroica) o la de Sandrina Jardel. Eran lo más parecido a la red de seguridad para un trapecista o el corrector de estilo para una editorial. Tal vez porque, en solitario, es más difícil que la ironía no deje al aire algún rincón de nuestro interior. Alguna inseguridad, alguna tecla falsa que se nos escapa en mitad del recital. De ahí, precisamente, nace el interés de Cómo hablas de tu padre, que es, ya desde el mismo título, una pelea cuerpo a cuerpo entre el autor y sus recuerdos. Entre el historietista y las viñetas en blanco sin tinta ni bocadillos. O entre el cineasta y un plano vacío. El hijo que reconstruye la figura del padre saltando febrilmente entre épocas, casi sin orden ni concierto. O con un único orden: el momento final en el que, ante el padre intubado, a apenas unos pasos de la muerte, uno se pregunta qué será de los dos. De esa relación forjada por el tiempo, las risas, el silencio y la distancia. Qué palabras puede uno añadir para hablar de todo eso, si a un padre se le recuerda a partir de la memoria táctil. De los roces fortuitos, de la presencia en el sillón del salón, de las comidas, cenas y desayunos, de los viajes de trabajo y los domingos de verano.

Sfar habla de su vida para tratar de recortar distancia con el recuerdo de su padre. Habla de su fracaso al no ser capaz de elaborar una elegía para el entierro judío. Habla de Sandrina y su separación, de su nueva novia y su nueva película. Flota en el ambiente el atentado en Charlie Hebdo, las tensiones culturales y la dificultad con la que se pueden consagrar los pequeños placeres de la vida. Todo ello, narrado arrítmicamente, casi entrecortadamente; tanto que no cuesta a imaginar a su autor con la mirada pausada sobre el texto, en busca de una frase que arranque el nuevo párrafo, de un orden que ayude a estructurar todo lo que ha escrito. Si bien, una vez concluida la lectura, no hay más orden que la atracción hacia esa figura paterna sobre la que gravitan todas las palabras de Sfar. Por mucho que lo que quede sea el miedo del hijo ante la presencia del padre, ante la fuerza con la que emergen los recuerdos del pasado de ambos. O cómo el cuerpo sacudido por la enfermedad, el silencio de una década afectada por el párkinson, no es obstáculo para que Joann siga hablando por teléfono con un padre que ha perdido la voz. Pero que sigue escuchando. Como también nosotros, lectores, escuchamos atentamente el testimonio del hijo. Por mucho que no queramos hacerlo, que no deseemos prepararnos, para cuando seamos los protagonistas. Esa voz, esas voces, que no dejan de hablar al otro lado de un teléfono que guarda silencio.

Sería bonito decir que la de Sfar es una memoria construida a partir de las tentativas, que vaga entre recuerdos en busca de las palabras justas. Las que nunca llegan, las que solo existen en forma de emociones, de negaciones y silencios. De miradas preocupadas y del miedo al envejecimiento, cada vez que el tiempo, implacable, enseña su pezuña. Por eso, uno se entrega a la lectura de Cómo hablas de tu padre con un sentimiento de complicidad con su autor. De hijo que lee a otro hijo mientras se pregunta qué será de sus memorias cuando su padre ya no esté. Con ese vértigo, con ese miedo, que contrarrestamos con los gestos más cotidianos. Pero que, en esencia, nos enseña en qué consiste el envejecer y la madurez, la inversión de roles con nuestros padres y la infinita ternura humana con la que pesamos cada uno de sus gestos. Tratando, quién sabe, de que se mantengan con vida en nuestra memoria, todo el tiempo del mundo.

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