Natalio Pagés | Pedro Almodóvar

Michele Apicella está conflictuado. Sus compañeros de militancia lo increparon: “no liberás tu homosexualidad, estás siempre en tu casa, ¿qué forma de vida es esa?”. Mientras juegan al metegol en su balcón, Michele intenta explicar a sus amigos la confusión que lo aqueja: “no entiendo por qué uno debe sentirse más de izquierda por ponerse un arito, por comer sólo dos papitas en el almuerzo”. Ellos tratan de consolarlo como pueden: “¿quién dice que eso significa ser más de izquierda?”; pero Michele no escucha razones, la culpa lo carcome: “¡es que yo me siento más de derecha!”.

Ha sido necesaria la inusual sensibilidad política de directores como Nanni Moretti para que la izquierda (y especialmente el cine de izquierda) se acerque a los problemas vinculares, éticos y afectivos de la vida cotidiana. Tal vez por su agenda política, o por los cánones de su literatura tradicional, el pensamiento de izquierda había resignado aquellos problemas del “mundo de la vida” que escapaban a los marcos estrictos de su lucha. Recién durante las últimas décadas del siglo XX, ante el fracaso de la experiencia soviética, la renovación teórica del feminismo y la sedimentación de los movimientos políticos de homosexuales, bisexuales y transexuales, la izquierda volvió a revisar la relevancia de ciertos tópicos extra-económicos como la sexualidad, la familia, los vínculos amorosos, la misoginia, la estigmatización, la dominación masculina o la identidad de género.

Es sencillo reconocer, aunque nos acerquemos sólo a uno o dos exponentes de su vasta producción, que el cine de Almodóvar labra el mismo terreno. Sin ir muy lejos, La piel que habito (2011) mueve todas sus fichas en esa dirección: por debajo del ostentoso estilo visual del melodrama, y de una intrincada estructura dramática que se mueve constantemente en el tiempo, cada uno de los problemas mencionados encuentra su lugar en la pantalla. Almodóvar se sirve de todos los giros argumentales posibles para mantener la tensión del relato, y es tan bueno haciéndolo que es posible perder registro de la relevancia temática de su narración. Ha sido, de hecho, su capacidad para mantener el interés de la audiencia en medio de un material enmarañado, a veces disparatado y excesivo, el rasgo preferido por la crítica para dar su aprobación a La piel que habito, tanto en España y Argentina como en Estados Unidos. Poco se ha dicho, sin embargo, sobre el tipo de reflexiones que subyacen a ese material.

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Número seis
Bande à part
Imágenes: Francisca Pageo


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