Un buen hijo, de Pascal Bruckner (Impedimenta) Traducción de Lluís Maria Todó | por Juan Jiménez García

Pascal Bruckner | Un buen hijo

La de libros que se podrían escribir sobre las relaciones con el padre. Y sin embargo, no todos somos escritores. Ni tampoco todos los escritores tienen esa voluntad de ajustar cuentas con sus padres. Tal vez alguno no tenga ningún reproche, nada que contar. Solo cosas felices, brillantes recuerdos al atardecer de algún sitio. Tal vez sea así, sí. Con la madre conocemos alguno. Carta a mi madre, de Georges Simenon, o El libro de mi madre, de Albert Cohen, por decir dos, un poco al azar y con ese aire de ajuste de cuentas. Con ella pero también con ellos mismos. Es algo inevitable. Juan Manuel Bonet, en su introducción, realiza un breve recorrido por la parte paterna.

En este Un buen hijo, de Pascal Bruckner, encontramos todo esto, ese canto amargo ante la imposibilidad de encontrar un lugar para un padre al que ya con diez años deseó , suplicó, su muerte. Pascal nace en 1946. La Segunda Guerra Mundial y la ocupación han acabado, pero en la cabeza de su progenitor todo sigue igual. Colaboracionista, ha trabajo para la Siemens en Alemania, y no precisamente como trabajador forzoso (aunque con la derrota se hace pasar como uno de ellos y escapa a Austria). Esa derrota no cambiará en nada sus ideas. Durante años, su antisemitismo, su pro-nazismo, su estar contra todo lo que significó la liberación, estarán presentes día tras día en la vida de su hijo único. Con la madre la cosa no va mejor. Aunque comparte el ideario del padre, su odio al menos no debe de ejercitarse todos los días. Es una pobre mujer que sufrirá todas las iras del marido, que no dudará ya no solo en tener abundantes amantes, sino en tratarla como si no fuera nada. Menos que nada.

El escritor va desgranando sus recuerdos, que son un profundo lamento por la vida del padre: todas sus frases, todos sus fracasos, toda su rabia, pero también toda la insolencia con la que durante su vida mantiene esas ideas (lo cual no le evitará incluso sentir simpatía por la extrema izquierda un tiempo… todo es una cuestión de razas, después de todo, no de ideología). Los sentimientos se van encontrando. Le gustaría acabar con él con sus propias manos, pero en algún momento hay destellos de humanidad en ese hombre insoportable. Momentos en los que puede llegar a parecer una persona. La venganza de Pascal Bruckner será ser todo aquello que aborrece su padre y, como un destino, su vida se convertirá un poco en eso: escribe libros junto al judío Alain Finkielkraut, su hija será judía, su última pareja mulata,… Nada de eso cambiará al padre ni su relación con él. Seguirá siendo el mismo tipo despreciable en el que hay algún destello de simpatía. La que puede sentir por sus nietos o algún instante de vida. Por lo demás, no hay nada que agradecerle, y el lamento se prolonga, como se prolongó su vida en común.

Con todo, el hijo no repudiará al padre. Un buen hijo será escrita dos años después de su muerte. Su relación insoportable, llena de reproches mutuos, de asuntos pendientes, no hace que pierdan el contacto ni por un día. Sigue siendo el padre. El padre odiado, pero el padre. Y este libro contra él se convierte en un canto también a la vida y a la libertad. Un canto contra todo lo que aquel representaba, a favor de una madre destruida (con su pleno consentimiento) y de un hijo que encontró en los libros, en la escritura, la salvación. Un canto bellísimo, todo sea dicho, porque Pascal Bruckner es capaz de encontrar la belleza en toda esa abyección. Y esa es quizás su venganza. Su liberación definitiva. Todo está por descubrir, todo está por ser escrito. Hasta las profundidades abismales de su ser. Y pensar, y decir que mientras sigamos queriendo y creyendo estaremos vivos. Esa fue la fuerza necesaria para sobrevivir y encerrar en estas páginas a la bestia. Un poco. Solo un poco.


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