Diario del afuera, de Annie Ernaux (Cabaret Voltaire) Traducción de Lydia Vázquez
Escribir la intimidad, de Annie Ernaux, Rose-Marie Lagrave (Altamarea) Traducción de Gloria Pérez Rodríguez | por Gema Monlleó

Annie Ernaux, Rose-Marie Lagrave

“Se me ocurre una explicación: escribir es el último recurso cuando se ha traicionado”
Jean Genet 

Vivo como un feliz acontecimiento la publicación de cada nueva traducción de un libro de Annie Ernaux. Cuando, momento y lugar, coinciden dos nuevos títulos, hago una fiesta. Esto es lo que ha sucedido recientemente con la edición casi simultánea de Diario del afuera (Cabaret Voltaire, 2024) y Escribir la intimidad (Altamarea, 2024), la coincidencia dichosa de dos textos que se complementan y que muestran tanto el intrínseco lugar desde el que escribe la premio Nobel como la elección (política y social, como siempre en ella) de los temas que escoge. 

En Diario del afuera Ernaux se propone realizar una “escritura fotográfica de lo real” en la que, pese a evitar ponerse en escena y filtrar sus emociones, es la propia elección de lo descrito la que (nos) la revela (“Se descubre más de uno mismo proyectándose en el mundo exterior que en la introspección de un diario íntimo”). Escenas de la vida cotidiana comunitaria en un centro comercial, en una sala de espera, en el metro, en el supermercado (imposible no recordar Mira las luces, amor mío, Cabaret Voltaire, 2021), en la peluquería, en una galería de arte… en la ciudad de Cergy-Pontoise (“la Ciudad Nueva”), un lugar sin memoria ni pasado (ni personal ni colectivo), de reciente creación, tan distinto de su Lillebone natal o del cercano París, un “no man’s land” que con el tiempo se le hizo propio. Una especie de “tentativa de agotamiento de varios lugares” en el que la exhaustividad perecquiana es sustituida por la mirada selectiva de la autora.  

El retrato literario de la realidad, próximo a la crónica pero sin ánimo periodístico, se establece a través de las personas y de su huella en el espacio público (“en el muro del parking de la estación del RER está escrito DEMENCIA”), espacio común que los contiene a todos y a ninguno, que pertenece a todos y a nadie, como el descampado tras las casas rosas y crema, la frontera que se abre tras la zona urbanizada, el lugar salvaje en el que los residuos son señales de presencias, de soledades, gestos “del superyó civilizado”. La cámara escrita de Ernaux dispara y registra (un cajero automático: “un confesionario sin cortinas”, el rugido de un extractor de aire en un parking: “no se oirían los gritos en caso de violación”, el centro Leclerc: “una catedral de cristal”) y cada episodio aislado, cada gesto anotado, lleva consigo la búsqueda de algo propio (“a menudo, “¿por qué yo no soy esta mujer?” sentada delante de mí en el metro”), un espejo que refleja hacia dentro (“ni curiosidad inútil ni conversación insípida, solo saber cómo viven los demás para saber cómo vivimos o podríamos haber vivido nosotros”). El paso del tiempo no es únicamente el de los años que abarca esta escritura (1985-1992) sino también el del recuerdo de vivencias anteriores (sus padres, sus profesores) y la percepción/deseo de regresar a ellas. El relato del yo cuando mira hacia fuera es un informe forénsico, seco, sin adornos, de la realidad.  

Estos apuntes de voluntad aséptica (“Ninguna descripción, ningún relato. Solo momentos, encuentros”) son definidos por la autora como “Etnotexto”, un concepto que puede ligarse con el que ella misma utiliza para sus textos más explícitamente íntimos: “Etnosociobiografía”. Y es sobre la escritura de sus vivencias, sobre dónde está ella y dónde están los otros (personas, contexto, circunstancias), sobre lo que se circunscriben las charlas que mantiene con la socióloga Rose-Marie Lagrave y que están transcritas (y revisadas por ambas para dotar de literaturalidad al libro) en Escribir la intimidad 

Tránsfugas de clase ambas (origen humilde, voluntad de resistencia frente a las limitaciones de género y estamento social) consideran la intimidad como el espacio primigenio desde donde cuestionar las estructuras de poder que después se reflejará en sus obras, el lugar primero de la emancipación, la espita del cambio social (“la construcción del mundo privado forma parte del mundo social”). Cómplices, aunque también divergentes (¡Marguerite Duras las enfrenta!, amigablemente, claro), conciben la escritura como un lugar que no distingue lo íntimo de lo social (Lagrave lo etiqueta como “investigación biográfica”) y comparten referentes literarios además de ser también referentes la una de la otra (Se ressaisir de Lagrave para Ernaux, La mujer helada y Los armarios vacíos de Ernaux para Lagrave).  

La evolución intelectual, la lucha feminista (el “feminismo de experiencias”), la violencia de la escritura, la todavía vigencia de su desclasamiento (ese vengar a su raza ernauxiano que Louisa Yousfi identifica con la voluntad de seguir siendo bárbaros en su ensayo homónimo -Anagrama, 2024-), o la resistencia y exigencia íntima y social frente a la extendida indulgencia intelectual, generan un juego de espejos en el que muchos de los párrafos de una podrían ser firmados también por la otra, ya que ambas defienden la potencia liberadora del cuestionamiento, la transgresión y la emancipación (de nuevo no sólo íntima, sino colectiva). La afinidad en sus experiencias es también afinidad en su modo de describirlas, siempre alejadas de las introspecciones narcisistas y egocentristas: la escritura factual (que no plana) de Ernaux, que opta por la intrahistoria de sus vivencias antes que por la búsqueda estética (“un yo que no depende solamente del pronombre, sino más bien del lugar que asignemos a nuestra persona en el mundo”); y la investigación autobiográfica de Lagrave, que sitúa la objetividad antropológica frente a su yo íntimo y empírico (“no es por tanto un “yo” de identidad sino un “yo” socializado”), la que “se hace valer en un conjunto de documentos y archivos para demostrar que se avanza”. 

La escritura de ambas cuestiona los efectos cruzados de la clase y del género “para captar su peso respectivo en un contexto social o histórico concreto” y ven patente la interseccionalidad entre lucha feminista y lucha social añadiendo además la variable de la raza: “ser feminista es saber que se luchará hasta que cese toda explotación de las mujeres que viven en un barrio pobre, en un país teocrático o en el edificio vecino. Dicho de otro modo, es prepararse para luchar siempre” (Lagrave). 

Escribir la intimidad, escribir desde una sensación de distancia es una forma de estar en el mundo, distanciarse de los hechos personales como “la mejor manera de alcanzar la realidad” (Ernaux), revelar el mundo social “tal y como va”, convirtiéndolo en un “acto de deslegitimación de la arbitrariedad y la violencia” (Lagrave). Escribir desde la noción bourdiana de “habitus escindido” (“es mi identidad, mi manera de comprender el mundo y, posteriormente, de escribirlo”, Ernaux) o desde la oscilación, el encaje, el camaleonismo, el mestizaje (“a diferencia de ti, creo que soy más bien una mestiza, una especie de mezcla, un punto intermedio que nunca se sintió dividida en dos”, Lagrave). Escribir y gozar de la ascensión social alcanzada gracias a aliados concretos (profesores desde la primaria a la universidad, quien te ofrece o recomienda para un trabajo, en el caso de Lagrave) o al colectivo inmaterial de escritores y escritoras leídos (Ernaux), sin olvidar que “el único capital disponible para los tránsfugas de clase es el trabajo” (Ernaux). 

Una conversación que se lee más como una charla íntima entre dos amigas que como un diálogo ante un auditorio (“es como si a lo largo de nuestra conversación me hubieras inoculado el gusto por lo íntimo, como si hubieras roto mi caparazón sociológico”, Lagrave), un texto en el que la cuarta pared parece rota (demolida entre ambas) y que, al leerlo, invita al análisis, al cuestionamiento, al reconocimiento de los propios tótems inspiradores (en ellas Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, kate Millet, Bourdieu, Edouard Louis…). Una conversación pública e íntima, tan pública y tan íntima como la obra de ambas. 

Retratos del afuera y del interior, etnotexto y etnosociobiografía, esa combinación que Ernaux domina como nadie y que a mí, en un ejercicio siempre con ella de voyeurismo literario, me hace particularmente feliz y me transporta de nuevo al mes de junio del año pasado cuando la Premio Nobel presentó en la Filmoteca de Catalunya Les années Super 8 (David Ernaux-Briot, 2022), película hecha a partir de sus grabaciones familiares de los años 70, y donde su firma en La escritura como cuchillo me tatuó más si cabe mi admiración hacia ella.  


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