¿Por qué hacer películas? ¿Para qué sirve? Desde mis comienzos no ha dejado de asediarme esa pregunta. En un momento dado dije: «Para darse gusto»…. Eso es falso, es una lítote. No tengo aún la respuesta, como no sea que hacemos cine (u otra cosa) porque estamos obligados. Cocteau decía: «El cine es inútil e indispensable». Se ha repetido cien veces. Yo también. La boutade es práctica y finalmente bastante exacta. ¿Que podría haber forzado a Proust a encerrarse y escribir la Recherche si no es «la obligación»?

Jean Eustache

¿Qué es y qué representa para cada uno de nosotros el cine? Y, más en concreto, ¿qué implica escribir sobre cine? ¿Por qué escribir desde la emoción y la intuición? Sin duda, estaríamos tentados de escribir que por esa clase de obligación que no es un imperativo externo sino una exigencia propia; porque, eventualmente, escribir sobre cine se ha convertido en la manera de expresarnos para hablar de cualquier cosa, de todas las cosas. Y dejar de escribir, así, implicaría dejar de expresar y, finalmente, dejar de ser. Porque es una necesidad, la de transmitir, la que anima al texto, al intercambio de ideas y a la puesta en tela de juicio de nuestros pensamientos. ¿Qué es, si no, escribir?

El filósofo francés Alain Badiou dice que entre nuestro pensamiento y el presente del mundo hay siempre una distancia. Quizá porque no hemos aislado una forma identificable para nuestro presente que, en cambio, sí tenemos para representar el pasado e, incluso, el futuro. El cine, como otra clase de hábito de lectura, fomenta la posibilidad de entablar una comunicación que, a través del intercambio y la transmisión de los pensamientos, puede ayudarnos a construir esa forma del presente que acerque nuestro pensamiento por encima de cualquier distancia.

A modo de presentación, pedimos a nuestros colaboradores que escribiesen, buscasen una referencia o una imagen que definiese aquello que les ha empujado al cine y a escribir sobre cine. Aunque pocas, queremos aprovechar estas muestras de lo que significa escribir y compartir el cine que vemos para iniciar el camino de Détour, la primera transmisión, el primer intercambio de ideas, que esperamos sea tan apasionante para vosotros como lo está siendo para nosotros.

Juan Alcudia

Explicar por escrito lo que el cine significa para mí me conduce a un callejón sin salida. Raramente las palabras consiguen atrapar lo inefable. Lo más prudente sería glosar las escenas que han calado hasta lo más profundo de mi ser en algún momento de mi vida, pero, de nuevo, me vería sustituyendo verbalmente aquello que sólo puede experimentarse sobre el lienzo de la pantalla. Me he visto obligado a dar un rodeo y, con ese propósito, he ideado un modesto símil para exponer con sencillez mis sentimientos:

Para mí el cine es como un amigo que vive en la otra punta de la ciudad. Mi amigo es un excelente cocinero, y con frecuencia me invita a su casa para deleitarme con los platos que cocina expresamente para mí. Conoce y domina todos los estilos de cocina: la italiana, la francesa, la alemana, la americana… La nouvelle cuisine y los guisos de la abuela se alternan en su mesa con la misma naturalidad con que se suceden las estaciones del año. De un tiempo a esta parte, le ha dado por abordar nuevos territorios que pasaban desapercibidos para el paladar ordinario hasta hace no mucho: la cocina coreana, india, china o la japonesa, que se ha convertido en mi preferida.

A veces me sorprende con sencillos platos caseros que me traen aromas y texturas de la infancia, de episodios de mi niñez que desgraciadamente olvidé hace mucho o de otros que enterré en lo más profundo para que dejaran de hacerme daño. Otras me prepara recetas de andar por casa, que van desde el guiso que combate las inclemencias del invierno hasta el plato instantáneo que se vale de la connivencia del microondas, sin olvidar la sencillez de la comida sin cubiertos. Cada vez que hundo la cuchara en el puchero humeante o me dejo llevar por el alegre placer de comer con los dedos, un sentimiento sereno y de nostalgia me invade. Mientras me deleito con el bocado, contemplo mi vida y me pierdo en perezosas reflexiones de todo tipo.

Cuando mi amigo quiere sorprenderme, me prepara algo exótico. Siembra el plato de colores y aromas de cuya existencia no tenía conocimiento. Entonces me asomo a la ventana y, mientras veo a la gente pasar, pienso en todas aquellas cosas que desconozco y que mis ojos nunca llegarán a contemplar. Esos platos exuberantes que se abren como nenúfares rodantes de porcelana embelesan mi pupila. Me hablan de otros sabores, de otros aromas, de otra escala de colores; en suma, de otras realidades del todo impenetrables por mi entendimiento, que no hacen sino estimular mi imaginación continuamente. Soy consciente de que nunca tendré las más mínima oportunidad de llegar a conocerlas en profundidad, sin embargo, no hay día que no le agradezca a mi amigo el que me las haya descubierto.

No puedo decir que todas las recetas me agraden por igual ni que todas despierten en mí el mismo grado de apasionamiento. De hecho, debo confesar que mis gustos son poco comunes, y que a menudo me veo atraído por platos cuya sola apariencia sacude el estómago de la mayoría de las personas, incluyendo el mío. En cualquier caso, cuando estoy en casa, no dejo de acechar nervioso el teléfono esperando la próxima invitación de mi amigo, y durante el trayecto que me lleva a la suya, me deleito visualizando la naturaleza de los manjares que me aguardan sobre la mesa. La ilusión es un ingrediente indispensable en nuestra relación.

A veces, cuando vuelvo a casa después de disfrutar de una espléndida velada y mis miembros fatigados ceden al peso del sueño, creo ver, a través del velo de impresiones aún recientes que los sabores han dejado en mi paladar y en el resto de mi sistema nervioso, que, más allá del tapiz de olores y texturas, más allá de la porcelana ornada con delicados motivos, de las filigranas cristalinas de las copas desbordadas y de la trompetas roncas que emanan del vinilo, se eleva algo más profundo y trascendente que soy incapaz de poner en palabras, y que, gracias a las veladas culinarias de mi querido amigo, he llegado a atisbar su existencia.

Roberto Amaba

Dice Jean Cocteau:

Cuando hablo de cine, termino haciéndolo de cualquier otro tema.
Sobre cualquier otro tema habrá una película interesante.
Siempre termino hablando de cine.

David Flórez

Ghost in the Shell: Stand Alone Complex | Kenji Kamiyama

Ignasi Mena

No sé muy bien por qué escribo sobre cine. O por qué escribo en absoluto. Reconozco que el cine es para mí sólo una de las muchas manifestaciones de la cultura. Como tal, creo que se presta mejor que otras artes a polemizar y discutir. Pero no por ello le tengo una estima especial. Uno de mis primeros textos, que creí serios, fue para poner a parir a Hitchcock y sus películas. Imaginad qué estima le puedo tener yo al cine. Y aún más: haceros cargo de qué motivos puedo tener para escribir sobre él.

No hace mucho de ese texto. Sin embargo ahora La ventana indiscreta ha pasado a formar parte de mi Olimpo particular, junto a Sonata de otoño, que es la única película que me hace llorar, Cabeza borradora, que es la que más me aterroriza, o Las amargas lágrimas de Petra von Kant, con la que me siento tremendamente identificado. No niego haber escrito sobre esas películas. Pero es obvio que escribir sobre cine tiene el sentido que queramos darle. Para mí no tiene ninguno. Quizás algún día pueda escribir sobre él.

Laura Menéndez

Cada uno busca la manera de canalizar lo que siente, es necesario y liberador. A mí el cine es lo que me hace sentir, y escribir sobre él, lo que me libera. Nunca tuve un afán analítico o pedagógico, me mueve un impulso que me obliga a no dejarme nada dentro, sacar afuera lo que me atormenta y comprender lo que me perturba y por qué lo hace. Supongo que Détour era el espacio que me faltaba.


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