número uno | bande à part | selección de imágenes: ferdinand jacquemort
Juan Alcudia
—Pink Flamingos (John Waters, 1972) me ha divertido y me ha sorprendido a partes iguales. Mi relación con el exploitation de los ‘70 se reduce prácticamente al cine de terror. La verdad es que no esperaba reencontrarme con algunas de las constantes que ya había visto en títulos como Perros rabiosos (I drink your blood, David E. Durston, 1970) o Bloodsucking freaks (Joel M. Reed, 1976) aplicadas a la comedia. Tal y como yo lo veo, la gran diferencia entre la película de Waters y sus congéneres es que el primero ha dotado a su trabajo de una línea argumental que avanza a golpe de diálogos divertidos y grotescos, puestos al servicio de una trama completamente descabellada pero completamente verosímil. Tampoco las guarradas varias que jalonan la historia a modo de mojones (de carretera, se entiende) me pillaron por sorpresa, salvo ese plano fijo del esfínter a punto de defecar, que me pareció un plato un pelín fuerte. En resumen: extravagante aunque sumamente original y divertida. Y a ti, ¿qué sensación te ha dejado en el bajo vientre el cine de Amano?
Ignasi Mena
—Para empezar, no creo que el porno, en cualquiera de sus vertientes, pueda ser considerado cine. Entiendo que Lars von Trier -Los idiotas (Idioterne, 1998), Anticristo (Antichrist, 2009)-, Jean Genet -Un chant d’amour (1950)-, Winterbottom -9 songs (2004)-, Claire Denis -Trouble every day (2001) o John Cameron Mitchell -Shortbus (2006)- utilicen el sexo explícito, y algunas de las constantes del género pornográfico, para dotar a sus películas de unas perspectivas determinadas. Pero son elementos que se enmarcan dentro de un texto mucho mayor, capaz de conjugar esos y otros elementos, con un único fin: crear significado, que a la postre es aquello a lo que aspira el cine. El modo que tiene el porno de enfocar la realidad está desprovisto de esa voluntad de crear significado (y con significado no quiero decir mensaje o moraleja, cuidado), y eso se refleja en una excusa argumental que, de haberla, será irrisoria, y en un decorado y en una música puestos allí para acompañar, para rellenar, no para significar. Sí que es cierto que se pueden comentar, se puede hablar de ellos, se pueden comparar y contrastar con el de otras películas, pero el hecho de que, en otros contextos, sí que puedan decir algo, no los hace ahora significativos -de la misma manera que el lenguaje escrito, según cómo se lea, puede ser o no literatura.
Hoy os adelantamos la (quizás) última pieza de nuestro número, que esperamos sea la primera de tantas otras. Lo dijimos en nuestra presentación: queremos que Détour sea un espacio para el intercambio de ideas y la discusión de nuestros puntos de vista. Y qué mejor muestra de ello que un diálogo. En esta conversación entre Juan Alcudia e Ignasi Mena, además de discutir sobre la (id)entidad de cierto cine extremo, encontraremos cuestiones tales como el papel de la voluntad del espectador para reconocer y valorar la obra de arte, la dificultad semántica de inscribir un catálogo de atrocidades en la categoría de cine, y el conflicto que desarrollan esas imágenes cuando nos preguntamos hasta qué punto aguantarán lo suficiente como para consolidar su estatuto cinematográfico y no acabar limitando su efecto a una provocación pasajera.