Mara González de Ozaeta | Ofelias que expiran e inspiran al fondo de mi memoria

 “Allí donde el río, crece un sauce recostado

 que refleja hojas blancas en el agua cristalina.

Allí, mientras tejía fantásticas guirnaldas

De ranúnculos, ortigas, margaritas y esas flores alargadas

…”

 

(Shakespeare, W. Hamlet 4. 7. 170- 180 p. 593)

 

En este y otros mundos la presencia del agua se adivina con un ligero rumor sonoro. Igual que el rumor de un reloj, el del río cuando pasa cerca escribe el libro de nuestras vidas. Aquello que más seduce del río son los enigmas que plantea. Cuando va a cruzar aquella senda no se puede saber qué deja tras de sí ni hacia dónde se dirige, ni a qué suena… En cambio también da miedo acercarse demasiado y que se lo lleve a uno acunado por un destino que puede ser fatal. Muchas veces preferimos ignorar lo que el río lleva consigo, porque aunque bello su descubrimiento también puede ser terrible.

 

Así previene Horacio a su fiel señor, el joven Hamlet:

“Señor, ¿y si os tienta hasta las olas,

o hasta aquella cumbre de vértigo

que se adentra en el mar sobre su base

asumiendo allí alguna horrible forma

que os prive de la soberana razón

y os arrastre a la locura? Pensadlo.

El sitio en sí mismo inspira horror,

sin causa aparente, a todos quienes consideren

la enorme distancia hasta el mar y oigan sus rugidos”

 

(William Shakespeare Hamlet. Acto 1, 4, 70. P. 183)

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Número seis
Pa(i)sajes: Del agua
Imágenes: Francisca Pageo


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