Escritos, 1909-1918, de Egon Schiele (La micro) Traducción de Carla Carmona | por Juan Jiménez García

Egon Schiele | Escritos, 1909-1918

En la galería de artistas que vivieron rápido, muy rápido, Schiele debería ocupar un bonito lugar. Vivió poco y lo poco que vivió lo vivió mal. Y cuando empezaba realmente a encontrar su sitio (algo tan complicado para alguien tan complicado) se murió. La gripe española acabó con él. En su última carta teme por la vida de su mujer, embarazada de seis meses. Tres días después de la muerte de esta (o estos) moría él.

En ese tiempo, en esos veintiocho años, aprendió lo necesario, pintó, pintó mucho, se unió a distintos grupos (tiempo de búsquedas y, por tanto, de encuentros), escribió un manifiesto (tiempo de manifiestos, manifiestos que recorrían toda Europa como si todo necesitara ser fijado en palabras), poemas de juventud y una extensa correspondencia. Todo esto es este Escritos (1909-1918) que trae en una deliciosa edición La micro, una nueva editorial que cree en la belleza de las cosas pequeñas, en la certeza de que las cosas pequeñas no existen. Es una cuestión de miradas. O de saber mirar.

Schiele buscó precisamente eso, pero es evidente que uno de los grandes problemas a los que se enfrenta el arte es el destiempo, viviendo más la posteridad que su época. La mayor parte de su correspondencia serán cartas pidiendo dinero, adelantos para cuadros o lamentándose de su suerte. Más que pidiendo, gritando. Sus cartas, incluso visualmente, no dejan de ser esos gritos y participan incluso de su arte, escritas en mayúsculas, llenas de una fuerza tan arrolladora como la de sus cuadros.

Schiele nunca estaba contento o rara vez. Su insatisfacción era permanente, excepto consigo mismo (tal vez). El mundo que le rodeaba no estaba a su altura. No lo estaban los marchantes de arte, ni las exposiciones, ni las vanguardias, ni los movimientos, grupos, grupúsculos. Por otro lado, ¿podría crearse una obra como la del pintor sin esa insatisfacción permanente? Los cuadros, como dice, solo tienen valor para él, y aunque no deje de pensar en la posteridad reclama su actualidad. Después de todo, él quería vivir. Y vivir incluso apasionadamente. La decepción será un estado natural, pero siempre con respecto a los demás. No, el mundo no está a su altura. Su escritura es arrogante, como el enfado de un niño. Como en su obra, hay un espacio para la ternura.

La cárcel no le sentará bien. Encerrado unos meses por corrupción de una menor, sus obras, consideradas pornografía, no le defienden. No, la cárcel no le sentará bien y será una nueva experiencia desesperante. A sus 22 años dice que no ha podido hacer lo que quería y ni tan siquiera recuperarse de ciertas vivencias. En una carta a Franz Bauer, en 1914, escribe el relato de su vida y también el de aquel suceso. También de su necesidad de empezar una nueva vida que nunca empieza. Su lucha será contra el espíritu de su tiempo, un espíritu ciertamente muy material.

Entonces llega la guerra y el mundo se muere. Se muere aquel mundo antiguo mientras se espera otro nuevo. Egon Schiele no lo verá o apenas, porque muere con el final de la guerra. Cuando todo empezaba a salir de algún modo, cuando su obra empezaba a ser reconocida y pagada, cuando, casado, su mujer esperaba un hijo, mueren todos, mujer, hijo, él mismo. Aquella fue la última ironía de una vida en la que siempre fue al revés, y con sus pasos siempre cambiados. Un hombre sin fortuna. Quedaron sus cuadros, sí, y también estos escritos, recorrido vital por la vida de alguien que buscó su sitio. Todo está contenido aquí. Él mismo, sus obras (el libro está ampliamente ilustrado), su vida vista desde fuera (un iluminador prólogo de Carla Carmona). Su tragedia (y su fuerza) tienen algo de historia del arte. Cien años después no hemos ido muy lejos.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.