Sombras y Luces

Mi artículo sobre Švankmajer terminaba con Sileni, realizada en el año 2005. Obviamente el director checo aún sigue vivo e incrementando su obra surrealista, pero 2005 fue un año especial, por más de un motivo, tanto para él como para su obra.

En ese año moría Eva Švankmajerová (nacida Dvořáková), su esposa. Cuando se habla  de grandes personalidades artísticas tendemos a olvidar las personas que les rodeaban. Mucho peor, consideramos que todo elemento de sus obras ha sido creación de ellos por entero, sin la intervención de influencias externas. Lo cierto es que Eva Švankmajerová colaboró estrechamente con su marido en casi todas las películas que este dirigiera, como encargada del diseño de los mismos, hasta el punto que podría decirse que la atmósfera malsana e  inquietante que consideramos consustancial a Jan es en realidad producto de la imaginación de Eva.

Sobrevivir la vida

La muerte de Eva Švankmajerová

Era previsible, por tanto, que el siguiente film de Švankmajer fuera distinto a sus obras anteriores. Ese fue el caso, en efecto, de Přežít svůj život (Sobrevivir a la vida, 2010),  pero de una manera que ninguno de sus seguidores pudo haber predicho. No se trata de una elegía, ni de de una visión retrospectiva, ni de una despedida de la vida que se escapa, ni siquiera se ahonda en el pesimismo y el desengaño tan evidentes en sus largos anteriores.

Sobrevivir a la vida parece más bien la obra de un quinceañero que acaba de descubrir la maravilla del cine y no puede resistir la tentación de jugar y divertirse con ese arte. Es una obra rodada con la libertad y la entrega de alguien muy joven, no del anciano que ahora mismo es Švankmajer. La edad del directo checo, su larga experiencia, solo se refleja en la seguridad y maestría con que está rodada, mientras en lo demás se entrega a excesos propios de una función fin de curso -casi como esa otra grandísima función fin de carrera que es Ubu Rey– riéndose de todo y de todos: de ese psicoanálisis que sirvió de base científica al surrealismo, pero que la moderna neurociencia ha revelado vacío de todo contenido -Freud reducido a gran revulsivo, Jung más importante como artista que como científico-; de ese mismo surrealismo que constituyó la columna vertebral de su producción, pero que ahora es tan común, tan banal y tan comercial -piénsese en Dalí transformado en atracción de las fiestas de sociedad- que solo merece la mayor de las carcajadas; de la sociedad entera, de sus ritos y reglas, siempre sacrosantas y siempre en cambio continuo, de forma que lo amado hoy es despreciado mañana, sin que nadie se atreva a señalar que el emperador va desnudo.

Una película que, al contrario que toda la obra anterior de Švankmajer, es una comedia, desprovista de toda seriedad, en la que la trama avanza solo porque los gags así lo     requieren, hasta que llega su final, demoledor, tan poderoso como el de sus mejores cortos,  y nos damos cuenta de que somos nosotros los objetos de burla, los que hemos caído -y consentido- en la trampa que nos ha tendido el autor checo.


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