Por el camino de Richter, de Yuri Borísov (Acantilado) Traducción de Joaquín Rodríguez-Valdés | por Alicia Guerrero Yeste

Yuri Borísov | Por el camino de Richter

«No es nada malo que te arrojen a la Tierra, al contrario, ¡es una alegría! ¡A mí me gustaría vivir siempre aquí!» En la dicha de existir, en esta vida. Lo transcribe Yuri Borísov de las palabras de Sviatoslav Richter.

Vivir siempre aquí: Aquí, donde hay tanto (aunque pueda intuirse el enorme espacio de su fragilidad, el peso de las desdichas que estuvieron adentro suyo, al lado de la música). Aquí, en donde (escribió Tchaikovsky) no existe la inmortalidad y en donde vale la pena entregar la vida entera a la música, porque carecemos de la certeza de que también haya música en los cielos. Aquí, donde está lo que creemos que está más allá, en otro espacio, pero que habita aquí, junto a nosotros.

O quizá no junto a todos nosotros, quizá sólo junto a algunos. Quizá escoja estar sólo junto a algunos, almas distintas como Richter que -como parece decir esa imagen poderosa (mostrada al comienzo de Richter: The Enigma, el documental de Bruno Monsaingeon) de la de la fotografía de Anna y Teofil Richter observando a su hijo Sviatoslav, recién nacido, y tras ellos, un piano y un libro de partituras de Brahms- vino o fue traído aquí para la música. («¿De qué es instrumento la música?»)

Tal vez exista la posibilidad de cierta sobrenaturalidad: «Soy un espíritu pequeño, igual que Puck», deja dicho Richter de sí. Y gusta imaginarlo como el Puck dibujado por Arthur Rackham: volando y saludando con una mirada peligrosa y dulcemente pícara, envuelto en la música de Debussy, etéreo, travieso, vivaz como un rayo del sol, mercuriano: invocador y cauce ignorante de fronteras («El sonido ignora la piel, no sabe lo que es un límite: no es interno ni externo»).  Pero vamos comprendiendo que no es sobrenaturalidad, sino que eso debe ser el vuelo de las almas humanas -pero más ligeras e intensas, más clarividentes.

Preguntarse: ¿es cierto todo eso? ¿Ver espíritus, ese tercer ojo sobre la vida y el arte? ¿No es un empeño en construir un mundo que queremos situado en el tramo del bosque ya cercano al castillo de los cuentos de hadas?  ¿Que saber tan certeramente de la naturaleza infantilmente celosa del espíritu de Tchaikovsky (que está donde: ¿aquí o allí?) está junto a la más inmaculada admiración por Pasolini es signo de desear sentirse viviendo en la mayor Belleza y mayor posibilidad de la realidad?

La respuesta, que deriva de Borísov, es que todo eso es auténtico. Que la vida de Richter bullía en esa imaginación espiritual, capaz de descifrar inmediatamente más allá de la capa estética. Capaz de reconocer la individualidad de cada idioma, cómo el nombre de cada compositor (y de otros artistas, y de otros individuos) es una energía única. Capaz de probar cómo la totalidad o las partes de cada alma están traducidas en el fragmento y vibración de alguna obra artística,  y cómo éstas son receptáculo y también nutriente.

Adquiere sentido, se vuelve (quizá otra vez) revelación y enseñanza, la sublimación de la naturaleza del músico. Escribe Quignard que «las orejas, a diferencia de los párpados, jamás pueden plegarse para interrumpir la audición». ¿Quedaba por eso, tal y como parece, siempre encendida el alma de Richter, jamás plegada?

Miramos de nuevo al Puck de Rackham y nos preguntamos qué espíritu sería capaz de seguir a Puck y hacerlo entrar en un recorrido interior. Y quieto, como casi silencioso, está Borísov. Tal vez más que recorriendo, por el camino de Richter, llevando a Richter a caminar por sí mismo. Acompaña a Richter a transitar lugares que éste ya debía haber recorrido, pero fue al parecer alguien que lo hizo llegar hasta sus propios misterios, a las habitaciones destartaladas de su interior y transmitirle la secreta confesión de acercarse a ellas a veces para abrir la puerta. Y, ¿fue a cambio de su encuentro y camino junto a Richter?, aprendió a convertirse él mismo en Puck, Ariel o Merlín, en todo aquel que quisiera, volver al tiempo perdido, acercarse a quienes ya partieron o atravesar la ventana cerrada del balcón.

[…]

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