Para llegar al otro lado, de Vladímir Lórchenkov (Nevsky). Traducción de Enrique Moya Carrión | por Juan Jiménez García

Vladímir Lórchenkov | Para llegar al otro lado

La tradición del humor ruso (casi diríamos del este) de utilizar las propias paradojas de sus vidas para construir sobre ellas unas sátiras mordaces, a la vez que delirantes, tiene en Vladímir Lórchenkov un digno representante (iba a escribir sucesor, por su juventud). Pero los tiempos también avanzan y, con ellos, la crueldad del mundo, la sangre que nos hierve a borbotones y la desesperación que desborda fronteras y personas. Hay una cierta tendencia a buscar fuera de la narrativa de estos países sus influencias, y quizás sea más debido al desconocimiento que otra a cosa, porque difícilmente necesitamos de escritores iberoamericanos y demás para justificar una escritura que está anclada fuertemente en aquellos lugares. El catálogo de Automática nos da amplios ejemplos (Yordán Radíchkov, Vladímir Voinóvich, Bulat Okudzhava), y ahora Nevsky nos trae una especie de culmen contemporáneo. Porque Para llegar a otro lado es todo lo que hicieron aquellos multiplicado.

Estamos en un rincón del mundo que solo aspira a llegar a una especie de paraíso que no tienen muy claro que realmente exista: Italia. No, no se trata de las costas africanas, sino algo más al norte. Un lugar perdido entre Rumanía y Ucrania, nunca demasiado de moda porque no tienen nada que contar, ni guerras que compartir, ni nada especialmente notable. Aunque sí, hambre tienen mucha, pero eso no sirve para nada a la hora de que alguien repare en ti. El lugar tiene, en todo caso, un nombre evocador: Moldavia. Y lo que para muchos nos suena a cuento de hadas para sus habitantes es simplemente un lugar del que escapar. Y si su población es de algo más de cuatro millones de habitantes, algo más de cuatro millones de habitantes quieren marcharse a Italia, incluido su presidente. Y no porque la tengan al lado, sino simplemente porque ya que te vas a algún sitio, vete al paraíso.

Dos serán los protagonistas fundamentales del destino de todo un pueblo, Serafim Botezanu, un tipo que ha aprendido italiano en un manual sin tapas, y Vasili Lungu, un tractorista de amplios conocimientos, ambos del pueblo de Larga. No es que en Moldavia solo haya miseria: también tienen mafias que se ocupan de intercambiar esa miseria por un puñado de ilusiones. Y así empieza la aventura existencial de todo un pueblo: dando vueltas en un autobús por todo el país para llegar a las colinas romanas de Chisináu, su capital. A partir de ahí, tras ese fracaso-estafa, cualquier cosa valdrá para intentar salir: venta de órganos para poder pagar a los traficantes en cuestión, tractores voladores, submarinos caseros, formar un equipo de curling, o montarse una cruzada multitudinaria, encabezada por el sacerdote del pueblo, el padre Paisii, cuya mujer anda por el paraíso, esto es Italia, y seguramente necesita ser liberada de las garras del demonio,…

Vladímir Lórchenkov escribe todo un tratado de la crueldad contemporánea del mundo vista desde Moldavia, con un ensañamiento no exento de ternura, que seguramente es la única opción aceptable para retratar un mundo que tiene poco de simpático y mucho de desagradable. Por mucho que las aventuras delirantes de toda este gente, ya sea el último pobre o el primer oligarca, nos hagan reír. Hasta que cerramos el libro y nos invade la sensación de que somos un poco más moldavos que antes y que Italia queda también más lejos. Y es que ya no hay paraísos, solo traficantes de ilusiones. Aun así, seguiremos buscando.


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