En este lugar, de Unai Velasco (Esto no es Berlín ediciones) | por Óscar Brox

Unai Velasco | En este lugar

La nostalgia, como la memoria, es algo que fabricamos con la falta de tiempo. Cuando se nos empiezan a escapar los instantes, incapaces de retenerlos, y solo nos queda prolongar esos momentos como si aún estuviesen sucediendo. De manera creativa, a través de la literatura o de la misma escritura digital que derrama los pensamientos breves en forma de tuit, comentario o impresión. Con la importancia de que cada uno de esos fragmentos, ya sea una palabra o un emoticono, ensambla las piezas de una identidad en continuo movimiento. De un Yo, tan vivo como frágil, que ha aprendido demasiado pronto a echar de menos, cuyo terreno es el del reconocimiento efímero.

En este lugar, poemario escrito por Unai Velasco, puede entenderse de varias maneras, según cómo enfoquemos esta suerte de biografía crítica y creativa: como iconosfera cultural contemporánea, en la que las citas y los personajes cultos y populares construyen el sostén para la poesía de su autor; o como un territorio, personal y virtual, sometido a las leyes del trabajo en progreso, que anota en cada línea esos rasgos que se difuminan o se borran, que aparecen y desaparecen. Pequeño sendero de miguitas de pan que nos conduce hacia lo que somos, aquí y ahora, a través de los elementos más frágiles y las sensaciones más lábiles.

Perder el relieve, olvidar todo lo sólido que compone la realidad. Velasco profundiza con sus versos en esas sensaciones: en la superproducción de estímulos, que refleja la crisis de la epopeya tras el banal espectáculo del automovilismo del Gran Premio de Turquía; en las palabras que se apelotonan, inquietas, mientras pugnan por describir unas emociones colonizadas por las cosas sin importancia, las que no se pueden evocar o que rechazan cualquier acceso de entusiasmo; en eso que no se ha perdido pero que, sin embargo, no sabemos recuperar, objeto lejano sobre el que alguna vez sentimos un cierto arraigo; en los sentimientos que vivimos en presente, que nuestro lenguaje solo puede poner en valor mientras suceden, hasta que se agotan.

Velasco concibe su poemario como un depósito del ahora, adonde van a parar las descripciones que apenas caben en un instante, lo que todavía no hemos aprendido a olvidar, emociones aún calientes que las palabras o la memoria no han enfriado con su nostalgia. Ahora, presente fugaz que tan pronto se inscribe en un lugar se convierte en una reliquia. En el recuerdo de una experiencia irrepetible, la del visionado de Parque Jurásico o la de un verano que nunca volverá a suceder de esa manera; en el rito que repite un episodio, lo recrea y rehace, una y otra vez, como el relato de Flebas el Fenicio o la pantalla de inicio, congelada en el Start, de un videojuego; en la página de un libro cuya lectura interrumpimos y reelaboramos, a la que restamos gravedad y convertimos en juego, sin trascendencia, como un producto perecedero destinado a su consumo rápido.

Tras En este lugar habita una voz firme que dialoga, a través de sus versos, con el presente. Un autor joven, para el que la nostalgia o la memoria deberían ser elementos todavía ajenos a su pensamiento, que nos habla de la velocidad de las cosas, de los sentimientos y de nosotros mismos. De ese ahora, de esta identidad, que construimos de manera provisional, sin argumentos sólidos que la sostengan, a base de retazos de sensaciones y de unas emociones contagiadas por los productos de la sociedad en la que vivimos. De este presente que hay que reconquistar a cada momento, en el que nos reconocemos en cada uno de esos instantes efímeros, consumidos en su escasa duración, que tal vez ya no existan tras el próximo parpadeo. De este lugar que es tanto nuestra educación sentimental como nuestro campo de pruebas, en el que día tras día ensayamos un esbozo de eso a menudo tan difícil de aprehender como es nuestra imagen, nuestra identidad. Nuestro Yo.


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