Islam y modernidad, de Slavoj Žižek (Herder) Traducción de María Tabuyo y Agustín López | por Óscar Brox

Slavoj Žižek | Islam y modernidad

El reciente atentado contra la revista satírica francesa Charlie Hebdo es el punto de partida de estas reflexiones que Žižek presenta bajo el título de Islam y modernidad. Tras la hipócrita manifestación de jefes de Estado por las calles de París y la banalización del tristemente famoso #JeSuisCharlie, el filósofo esloveno se pregunta por los mecanismos que conducen a esa suerte de unidad popular. Y, sobre todo, que alientan a que junto a los mensajes de apoyo a los caricaturistas asesinados se encuentren también palabras de agradecimiento para las fuerzas de seguridad del Estado. ¿A santo de qué esa ósmosis entre el pueblo y los mecanismos represores? ¿Cómo puede la Francia que en el 68 comparaba a su policía con las SS celebrar ahora su papel desde la aclamación popular? ¿Qué ha sucedido para que se produzca esa transformación? Frente a esa imagen que trasladan las manifestaciones y el duelo, el shock y la unidad contra una injusticia común, Žižek se plantea analizar el proyecto político-ideológico que emerge como reacción. Y para ello, ante los mensajes tibios de quienes piden moderación (la izquierda liberal) o ante quienes se frotan las manos con el cálculo de una guerra de religión, nos propone echar un vistazo a la grieta abierta entre el Primer Mundo y el fundamentalismo.

Žižek se caracteriza por picotear y saltar de un tema espinoso a otro mientras, de fondo, continúa elaborando su reflexión. En Islam y modernidad comienza advirtiendo un primer matiz en el fundamentalismo islamista: su debilidad frente a otros fundamentalismos como, por ejemplo, el budista. La ausencia de resentimiento de este último apunta a la sensación de que el pseudofundamentalismo terrorista está secretamente fascinado por la vida de los no creyentes. No en vano, el hecho de haber interiorizado ciertos valores occidentales alimenta ese sentimiento de irritación, que las llamadas a la moderación por parte del Primer Mundo se encargan de avivar. Con las actividades terroristas del llamado Estado Islámico parece que se reedite un nuevo capítulo de la lucha anticolonialista y anticapitalista, en el sentido de que esto último socava el poder de los estados nacionales. Sin embargo, Žižek refleja cómo la tarea del EI no es regular el bienestar de la población, sino vigilar que esta se atenga a las leyes religiosas. Más que resistir a la modernización, se concibe como un caso de modernización perversa (en tanto que movimiento desesperado por fijar delimitaciones jerárquicas claras en lo que atañe a la religión, la educación y la sexualidad).

Lo realmente enigmático radica en entender cómo musulmanes que han estado expuestos a los rasgos más destructivos del colonialismo acusan, en su respuesta, a la mejor parte del legado occidental: el igualitarismo y las libertades personales. Para Žižek, la respuesta se halla en que lo que hace tan insoportable al Occidente liberal es que se parapete sobre esto último para continuar explotando la dominación violenta. Frente a la libertad social de las sociedades occidentales liberales, que protegen la libertad pública y se entrometen, si deben, en el espacio privado, la ley islámica abandera la práctica social del sujeto pero no sus pensamientos internos.  De esa manera, el derecho a pensar lo que uno quiera no incluye, sin embargo, el derecho a expresarlo públicamente. De ahí, por tanto, la reacción tan apasionada que suscita la blasfemia (las caricaturas del semanario satírico), el imposible de soportar, pues no abarca el derecho de libertad de expresión sino que perturba una relación viva.

Para Žižek, el problema del mundo islámico radica en su abrupta exposición a la modernización occidental, sin apenas tiempo para negociar con ella, para evitar el trauma del impacto, y construir lo que llama un espacio-pantalla simbólico-ficcional. A resultas de esto, la modernización aparece como un gesto superficial y fallido (como puso de manifiesto el régimen del Shah en Irán) y el fracaso de ese espacio simbólico abona el recurso directo a lo violento real: el enfrentamiento entre el islam y Occidente. Sin embargo, esta segunda parte del ensayo no se propone tanto responder a ese exceso perturbador que representa Oriente para Occidente, y viceversa, sino husmear en la genealogía de las diversas creencias religiosas en busca de rastros que expliquen la cuestión.

La importancia de esta lectura genealógica reside en el papel que concederá el islam a la mujer, verdadero eje de la reflexión. Así, tras repasar los orígenes del cristianismo y el judaísmo, y las divergencias que muestra el islam con ambos, Žižek nos remite al episodio protagonizado por Mahoma y el arcángel Gabriel. O cómo fue Jadiya, la mujer, quien salvó a Mahoma de la incertidumbre y la confusión de sus sentidos al apoyar su creencia de que quien se le había aparecido era Gabriel. Žižek identifica a la mujer con el Gran Otro, es decir, con la garantía de la verdad. Ahora bien, la demostración de la verdad se lleva a cabo con la mostración que implica que Jadiya se aparte el velo ante Mahoma. Y es en la revelación de su cuerpo donde se halla el motivo de la discordia y el origen de la opresión: ese paso que transforma a la mujer como la única que puede verificar la verdad misma en un ser que, por su naturaleza, debe ser anulado y controlado, puesto que el placer excesivo que puede proporcionar devoraría a los hombres.

Con no poca perspicacia (también se remontará a los avatares de Abdallah, padre de Mahoma, para sostener su reflexión), Žižek detecta en la dependencia de lo femenino el fundamento reprimido del islam. Aquello que se esfuerza en controlar, una presencia traumática que debe ser velada. Y es que, precisamente en esto último, en el velo, cifra el problema el autor de Lacrimae rerum. Apoyándose en Lacan, Žižek señala que la mujer lleva una máscara para hacer que reaccionemos exigiendo que la aparte y nos enseñe qué es lo que esconde. ¿Acaso la función del velo no es sostener la ilusión de que hay algo detrás de él? Lo que está en juego en el velo musulmán es esa indecibilidad de la verdad que representa la mujer, como en el episodio de Mahoma y Jadiya con el arcángel. Al velarla, dice Žižek, se crea la ilusión de que hay una verdad femenina, la verdad de la mentira y del engaño. Y dado que la mujer es la garantía de esa verdad, por ello tiene que permanecer velada. Algo que, concluye su autor, presenta mucho más directamente el poder traumático y subversivo de la subjetividad femenina en detrimento de visiones más integradoras como la de la mujer como Diosa madre que abandera el lejano Oriente.

En Islam y modernidad, sin embargo, la reflexión verdaderamente blasfema, por citar el subtítulo de su autor, no se encuentra tanto en el islam sino en ese otro exceso perverso que enuncia el liberalismo y el estilo de vida que enmarca. Algo que las reacciones al acontecimiento de Charlie Hebdo refrendan de manera negativa: cómo la ley secular occidental subordina, a través del contenido de sus leyes (de las que emana ese sentido de tolerancia multicultural), a aquellas personas que mantienen una pertenencia religiosa sustancial. Dicho de otra manera: cómo el liberalismo, y el proyecto ideológico que lo sostiene, tolera de manera perversa el derecho a seguir formando parte de una comunidad particular, pues la condición que impone de poder elegir (pertenecer a otra o no) implica que puedan ser arrancados del arraigo a esa comunidad para encontrarse con su alternativa. Parece, pues, que las bases de la tolerancia occidental no están tan claras, y que tras el gesto de unidad popular sucedido a raíz de la masacre en el semanario satírico francés late una brecha tan preocupante como las heridas abiertas del fundamentalismo religioso: la sensación de que conviene revisar las bases del universalismo de la sociedad liberal y, como una expresión directa de estas, el alcance de las leyes particulares para grupos étnicos. En ambas entra en juego un elemento de seducción que subvierte al sujeto libre para convertirlo en víctima pasiva. Y ahí es donde de verdad empieza lo imposible de soportar.


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