La chica de Kyushu, de Seicho Matsumoto (Libros del asteroide) Traducción de Marina Bornas | por Juan Jiménez García

Seicho Matsumoto | La chica de Kyushu

Hace algo más de un año, nos llegaba de la mano (como ahora) de Libros de asteroide un libro absolutamente maravilloso, por lo que tenía de novela hipnótica construida sobre los horarios de trenes. Aquel libro era El expreso de Tokio y su autor Seicho Matsumoto. Matsumoto podía ser un desconocido para nosotros, pero lo cierto es que es uno de los escritores de novela negra (o de misterio) más conocidos de Japón, un clásico. A menudo llevado al cine (en especial por Yoshitaro Nomura, otro clásico demasiado desconocido) sus obras son pequeñas construcciones, con todo lo que tienen de obsesivas, alrededor de apenas una anécdota. Un día, en la vida de alguien por lo demás corriente, algo se disloca. Y tras esa dislocación se encuentra un misterio. Tras ese misterio, están las novelas del escritor japonés.

La chica de Kyushu es Kiriko Yanagida. Su hermano ha sido encarcelado y condenado a muerte por el asesinato de una usurera que le estaría acosando por una deuda que es incapaz de pagar. Todas las pruebas llevan a él. O al menos las suficientes para no hacerse muchas más preguntas y cerrar el caso. Pero Kiriko está convencida de su inocencia. Reúne todo el dinero del que es capaz una joven humilde y se marcha a Tokio para pedirle a un famoso abogado, Kinzo Otsuka, que se ocupe de ese juicio. Sabe que no podrá pagarle, pero confía en ser lo suficientemente convincente para que lo defienda y demuestre su inocencia. Pero no es así. En otro momento, tal vez, pero a Otsuka le espera un campo de golf y una amante. Y ahí empezarán también los problemas para él. De conciencia y no solo.

Atravesada por una reflexión (aún muy actual) sobre lo que puede esperar alguien sin dinero de la justicia, La chica de Kyushu es una obra terrible en su frialdad y en sus certezas. El personaje de Kiriko, desafiado a un mundo en el que no hay lugar para tantos, se convierte, con su impasibilidad y su determinación, en un ser entregado a una sola idea, cierto, pero idea que sustenta su mundo, privado de lo poco que tenía. La novela da la sensación de que debió de publicarse por entregas, dada la reiteración con el que el escritor vuelve sobre sus mismos pasos y lo sucedido hasta el momento, pero, curiosamente, ese recurso acaba por conformar una atmósfera opresiva que le viene bien. Una sucesión de círculos que no dejan de ser, en cierto modo, aquellos en los que ha caído, Kiriko, espirales en las que quedarán, igualmente atrapados los protagonistas del relato.

Cuando creíamos tenerlo todo, incluso la renuncia, la novela tomará un nuevo impulso, con la llegada de la chica de Kyushu definitivamente a Tokio. Ahí Matsumoto empezará ya no solo a encajar todas las piezas sino a ir añadiendo engranajes para crear esa maquinaria infernal que nos llevará hasta una parte final sorprendente, verdadero estudio de la condición humana, terreno en el que se encuentra tan cómodo. Lloverá, noche tras noche, pero nada de eso podrá eliminar toda la miseria, toda la muerte, toda esa pobreza. Y nos hará partícipes de la miseria y la desesperación, pero también de la determinación sobre las que se construye un drama terrible. Crimen y castigo. Crimen y castigo.

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