La otra genealogía, de Sara Torres (Torremozas) | por Inés Martínez García

Sara Torres | La otra genealogía

Si los que entonces consideraban a la mujer como la parturienta de sus descendientes y de futuros herederos de grandes riquezas pudieran echar un vistazo a la mujer de hoy en día, sucumbirían por ataques de ira, infartos, úlceras rabiosas y quedarían mudos en su retórica sobre el papel de la mujer en la historia de los hombres. Grandes mujeres llegaron tiempo atrás a la literatura haciendo alusión al feminismo, en la capacidad intelectual de la mujer y la importancia de su presencia como igual al hombre en el mundo.

En un intento de no definir a la mujer, sino de concebir a la mujer, Sara Torres (Gijón, 1991) presenta en su primera obra, La otra genealogía, una escritura femenina. Alejada de conceptos tales como femme fatale o de la exaltación de críticas evidentes sobre el  feminismo. La autora ha creado un lugar alternativo, La Isla, cuyas únicas habitantes son mujeres que se llaman unas a otras “hermanas”, donde ataca a las raíces y busca fundamentar un modus vivendi alejado del patriarcado.

Este libro, editado por Torremozas y ganador del XV premio Gloria Fuertes de Poesía Joven, está compuesto por el rito que supone abandonar la urbe y sus leyes para adentrarse en un lugar fuera de estatutos, cuya mayor lucha es el logro de la libertad a través del propio individuo. Todo esto mediante una serie de textos que exaltan el cántico, las oraciones y los rituales de sanación entre ellas.

La otra genealogía juega con los textos fundacionales de otras culturas y religiones creando bajo sus necesidades una alteración intencionada de dichas culturas. Dada su breve extensión, es importante tratar la obra desde el primer texto, que nos sumerge en La Isla con el regreso de la protagonista de la ciudad, repleta de seres políticos y placeres desordenados. “Algunas habrán olvidado por donde llegaron, pero tras-pasar un tiempo recordarán”, al regreso le siguen diversos textos que describen, a través de vocablos inventados por la autora (Ana yibaa hampa nima nah) ya que de esta manera encuentra el placer en su obra, la transición de la vida urbana a la vida mística de La Isla, a través de la naturaleza y los animales.

La Isla como hábitat de mujeres y protección. Se desarrollan diversos textos en la obra que nos demuestran la complicidad de las hermanas y la protección que ejercen entre ellas, ya que duermen en pareja y mientras una se encuentra en pleno sueño, la otra vela su cuerpo. La Isla como amor, bendición y desarrollo de las genealogías, como podemos encontrar en “El árbol de Jesé”, que explica la cuna del ser humano.

La mayor parte del libro tiene un estilo lingüístico muy marcado, carente de signos de puntuación, como otros autores han hecho anteriormente; no está de más recordar a Saramago y sus puntos invisibles. Podemos tomar esta eliminación de los signos de puntuación como un renacer en la escritura, una personificación de la autora, que pretende darle al lector la oportunidad de edificar sus propias pausas, su propia visión de la historia, como un vínculo entre escritura y placer. En todo momento, en La otra genealogía Sara trata de transmitir la existencia de otras formas de comunidad, aunque al final del poemario parecen colarse, en la moralidad de esta organización, conceptos que pertenecen a la sociedad politizada y desordenada que supone la urbe.

En la presentación de su libro, la autora aludió a la creación de este poemario como cura y apaciguamiento del dolor que le suponía no identificarse con ninguna otra obra anteriormente leída, lo que le llevó a crear “un espacio de salud”, que supone ser La otra genealogía.

La jovencísima Sara Torres maneja durante todo su libro, como un don y un presente, la voz de la mujer y la creación de un discurso alejado de cánones preconcebidos y del patriarcado predispuesto de la sociedad. Nos señala que, más allá de nuestras fronteras, hay otro lugar al que es posible acceder de manera precisa. «La otra» esfera que no nos han enseñado ni inculcado tiempo atrás en ninguna institución, pero precisamente este hecho, según nos transmite Sara, nos lleva a lo innegable de su existencia.


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