El ruido secreto, de Roberto Massó (Spiderland/Snake) | por Óscar Brox

Roberto Massó | El ruido secreto

El cine era apenas una realidad cuando los Hermanos Lumière registraron una actuación de Löie Fuller. Ese breve rapto de belleza convertido en danza, en el cuerpo de la bailarina, su danse serpentine y la voluptuosidad de unos movimientos que lo transformaban en otra cosa. En la expresión de la belleza misma. Tan efímera, tan fugaz, que amenazaba con desaparecer entre los giros y pliegues de su vestuario. Roberto Massó concibe en El ruido secreto una suerte de retrato de Fuller, de ese instante de transformación sobre el escenario, del éxtasis creativo en el que se envolvía la bailarina para dibujar la belleza en sus movimientos. Y lo hace a través de la ilustración, de un pequeño álbum de dibujos editado por Spiderland/Snake en el que recrear los avatares de una de las bailarinas más ilustres en la historia de la danza.

Las pocas páginas del álbum concentran el valor de El ruido secreto en la fuerza de cada una de sus viñetas. En lo que capturan, más que en lo que narran, en tanto que nos hablan de una figura, la de Fuller, encerrada en su belleza inmortal. En sus rituales en los que cada movimiento era el momento previo a una transformación. Baile en el que el cuerpo dejaba de existir para dibujar una imagen, una sensación, una impresión. Un shock, a causa de los trucos para atraer la curiosidad del público. Un encantamiento, gracias a su brevedad. A la fugacidad de su arte. Al sentimiento que describía a través de la danza. De ahí, pues, que Massó se concentre en ese instante; que lo descomponga a través de las viñetas en busca de su alquimia secreta, como quien trata de averiguar los trucos de un prestidigitador. Que lo alargue página a página mientras nos contagia ese sentido de la maravilla. El truco de ver a una bailarina y, a renglón seguido, dejar de verla para convertirla en una obra de arte viviente.

Todo ello, en una secuencia que nos transporta por el carrusel de sensaciones. Hasta el arrebato, haciendo del cuerpo de Fuller un lienzo en el cual la bailarina se convierte en serpiente, en deseo, en una criatura frágil o en un ser tan misterioso que solo podemos incluirlo en la categoría del Arte porque no sabemos cómo describirlo. Con un dibujo sencillo, a dos tintas, que prima el movimiento, la velocidad, el sentimiento de transformación que destacaba en la danza de Fuller. Y que, precisamente, nos lleva a poner en movimiento cada viñeta, como en la película de los Lumière, haciendo del personaje de Fuller una amalgama de color, líneas y velocidad que, a cada página, se transforma en algo distinto. En el producto de nuestra imaginación. En algo fugaz, breve y pasajero, que excita nuestra curiosidad como el truco de magia más sofisticado.

La belleza de El ruido secreto radica en su forma de capturar la creación artística; de perseguirla y abordarla a través de la figura de Löie Fuller; de proclamarla y adorarla. Con esa fragilidad con la que Massó concibe a su personaje. Con esa fugacidad con la que se leen sus escasas páginas. Deseando volver, una y otra vez, sobre el número clásico de Fuller, su danse serpentine, para tratar de aclarar qué se esconde tras sus arabescos, tras los giros, luces y colores que alteran su cuerpo en pleno movimiento. Hasta convertirlo en un misterio que solo el Arte puede aclarar. En esa belleza secreta que el dibujante, como los Lumière, trata de hacer pública a través de esta pequeña gran obra. En la que ese escenario teatral inicial nos sitúa a una distancia prudente para asistir a un ritual de magia. De transformación. Ese en el que la bailarina Löie Fuller convierte su cuerpo en un objeto artístico.

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