Las tres vanguardias. Saer, Puig y Walsh, de Ricardo Piglia (Eterna cadencia) | por Óscar Brox

Ricardo Piglia | Las tres vanguardias. Saer, Puig y Walsh

Leer a Ricardo Piglia tiene un valor doble. O quizá triple. Basta alguno de sus ensayos para correr en busca de libros de Macedonio Fernández o Roberto Arlt. Leyéndole, tal vez, entendemos el porqué de la importancia a la hora de definir un espacio para la literatura. O una poética o un sedimento. Algo, en definitiva, que explique la constitución de toda una literatura, pero que también dé cuenta de sus sucesivas modulaciones. De cómo se van configurando, con el correr de las vanguardias, otras poéticas literarias. En esta colección de clases dictadas alrededor de un curso académico, Piglia parte de unas cuantas cuestiones con la intención de precisarlas lo máximo posible. De un lado, una de esas preguntas inconvenientes: ¿qué se supone que es una novela argentina? Algo que automáticamente le lleva hasta Borges y los reproches que recibían sus escritos. También, ¿cómo sobrevivir al maremágnum de la posmodernidad? ¿Cómo se separa el grano de la paja y se identifica una poética entre los (a menudo) fuegos artificiales de estilo?

Piglia elige a tres autores para calibrar esa evolución de la novela argentina: Saer, Puig y Walsh. Lo que late en su investigación es desgranar el trabajo de la ficción mientras se tratan las relaciones de la novela con la política, el cine o la narración. Todo ello salpimentado por la presencia de Walter Benjamin, bisagra teórica de la que se vale Piglia para armar la discusión, y los Flaubert, Faulkner o Joyce que aparecen, de vez en cuando, en las explicaciones. Sin duda, uno de los puntos iniciales de la discusión radica en la diferencia que establece entre novela y narración (aquí, con Benjamin), manteniendo que siempre habrá narración pero no necesariamente siempre habrá novela. De esa diferencia surge otra cuestión: ¿hasta qué punto la cultura de masas ha modelado un lector? Y hasta qué punto ese lector es más o menos consciente de los problemas modernos de la novela. Un lector, por ejemplo, de la obra de Manuel Puig, planteada claramente en relación a la cultura de masas. Y, en consecuencia, cómo afecta todo esto a las jerarquías y tradiciones literarias, de qué manera obliga a reevaluar un acervo cultural y cómo se dota de contenido a una palabra a menudo delicada como modernidad.

Con Saer, Piglia busca poner en escena esa tensión/relación entre el arte y la vida, entre forma y experiencia. O, como señala en un momento determinado, cómo “hace lo que sea con tal de poner en la lengua una marca”. Con Puig sucede otra cosa: Piglia anota la transformación de su obra según el grado de autoconsciencia, como en la evolución que se produce entre Boquitas pintadas y The Buenos Aires Affair, marcando en su explicación la querencia de Puig por los materiales bajos, populares, casi de derribo, para armar sus novelas. Otra marca en la lengua. Por último, Walsh. Otra escritura, casi oral, casi periodística, casi crónica, furibunda e impetuosa, que da una vuelta de tuerca al género sin dejar de retratar su tiempo. O, mejor dicho, su relación con la sociedad, que es algo que une a los tres novelistas escogidos.

Leyendo a Piglia todo parece mejor. Un ejemplo, a propósito de Puig: “Hacía muchos años que en la literatura argentina no se encontraba un oído como el que él tenía para el ritmo del habla”. Y le sigue a continuación un fragmento bellísimo a propósito de Cae la noche tropical. Otro ejemplo: En Walsh no se produce tanto una tensión entre ficción y realidad, sino entre ficción y verdad. “Operación masacre es eso: un acontecimiento que no tiene explicación, cuya causalidad es necesario reconstruir porque ha sido desplazada o distorsionada por un trabajo de encubrimiento realizado por el poder político”. Y así, como quien no quiere la cosa, Piglia teje la importancia estilística de la novela policial o de género con la causalidad y la búsqueda de la verdad que ofrece lo impensable.

No es de extrañar el interés de Piglia por la vanguardia, en tanto que el debate literario propulsa, asimismo, el debate sobre la figura de una nueva sociedad establecida. De unos nuevos lectores. De unas nuevas lecturas cuyos rasgos atraviesan la obra de Macedonio hasta culminar en la de Walsh. Hay, por así decirlo, un paralelo, y uno puede leer ambos textos (novela y sociedad) como vasos comunicantes en ese proceso de polinización cruzada. Lo bonito, lo maravilloso, es encontrar a un autor, Ricardo Piglia, desmenuzando a otros novelistas. Lo importante es observar, a través de este curso académico, cómo se modula una vanguardia literaria y cómo, a través de la tensión entre narración y novela, se modela asimismo una sociedad alternativa. Un nuevo lector. Otra novela argentina.


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